Esta noche he abierto Instagram en mi iPhone y lo primero que he visto ha sido un vídeo de Rumeysa Ozturk, una alumna turca de doctorado de la Universidad de Tufts (Massachusetts), detenida por el ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos. Ozturk iba caminando por la calle cuando se le acercó un agente de paisano escondido bajo una sudadera con capucha y la agarró de las muñecas mientras un segundo agente se acercaba rápidamente para arrebatarle el teléfono de las manos. Ambos agentes acorralaron a Ozturk. En unos pocos segundos aparecieron más.La última frase de La lotería de Shirley Jackson dice: “¡No es justo! ¡No hay derecho!‘, exclamó la señora Hutchinson. Instantes después todo el pueblo se abalanzó sobre ella”. Es un relato sobre un pueblo cuyos habitantes, una vez al año, matan a pedradas a un ciudadano elegido al azar.Más informaciónDespués de esposar a Ozturk, un agente se subió el cuello de la camisa para taparse la cara. Los demás le imitaron. De pronto parecía que tuvieran que ocultar a Dios su macabro entusiasmo por hacer desaparecer a una universitaria que, según se supo más tarde, se dirigía a romper el ayuno del Ramadán con sus amigas.He visto el vídeo nada más entrar en casa. Nuestro gato Kocholo (“pequeño” en farsi) estaba en la cocina, comiendo de una caja de chuches que había volcado sobre la encimera. Al igual que Ozturk, yo también estaba ayunando. Acababa de volver de un evento de trabajo mucho después de la hora del iftar [la comida al anochecer con la que se rompe el ayuno del Ramadán]y mi maravillosa pareja, Paige, ya estaba hirviendo agua para cocer pasta y que pudiera cenar lo antes posible. Cuando entré por la puerta, Paige me dijo algo que no entendí porque estaba volviendo a ver el vídeo en mi teléfono. Todavía no conocía el nombre de Ozturk.¿Cuál es el propósito de una app, propiedad de un hombre que ovacionó al nuevo régimen en la toma de posesión, que pone en bucle este tipo de vídeos entre las fotos de los bebés de tus colegas y anuncios de ropa interior y sábanas de lino?¿Cuál es el propósito de un Gobierno que hace desaparecer a su pueblo? Ozturk tenía un visado de estudiante en regla, al igual que Alireza Doroudi, alumno de doctorado en la Universidad de Alabama, y Mahmoud Khalil, alumno de posgrado en Columbia, ambos desaparecidos de forma similar en el último mes.Los vídeos, las desapariciones, son intimidaciones que poseen la clara intención de sofocar la disidencia, tanto en los casos específicos de Ozturk, Doroudi y Khalil, como en general, en los casos de todos los que nos parecemos a ellos, o rezamos o creemos o votamos como ellos. El régimen de Trump, como todas las autocracias despóticas anteriores, está dando lecciones a unos pocos para aterrorizar a la mayoría. ¿Con qué propósito? ¿El silencio, la obediencia, la sumisión? ¿La angustia? Como decía Emily Dickinson sobre el dolor: “No tiene futuro sino el suyo propio”.A los simpatizantes de Trump, esos que mascan cacahuetes y llevan dedos de gomaespuma, les encanta todo el kabuki policial y la mano dura. Y sus oponentes sienten que su indignación se difumina con cada nuevo horror, que su voluntad de reacción se vuelve esclerótica y fría. Todo ello en beneficio del espeluznante statu quo del régimen.Cerré la app y me senté en una silla junto a Paige. Pero entonces me acordé de otro vídeo que había visto un par de días antes: el padre del periodista palestino Mohammad Mansour gritando sobre el cadáver de su hijo muerto: “Levántate y habla… Cuéntaselo a la gente, cuéntaselo al mundo. Cuéntale a la gente la verdad”. El hombre pone un micrófono en la cara inerte de su hijo y solloza.¿Por qué veo estos vídeos? ¿Para recordarlos? ¿Para escribir sobre ellos? ¿Qué me provocan, en mitad del ayuno del Ramadán? Si la Administración se comunica conmigo a través de las redes sociales (y claro que lo hace; Zuckerberg y Musk son los dueños de los algoritmos, y el propio Trump tuitea como un niño psicópata), ¿cuál es el mensaje que me está mandando? Que estoy aquí a su antojo. Que mi presencia depende de mi docilidad, de mi buen comportamiento.Escribo esto para rebelarme contra el buen comportamiento.Escribo esto para rebelarme contra el algoritmo.Escribo esto para rebelarme contra mí mismo.Quiero actuar profilácticamente antes de que el miedo (a que me despidan de mi cómodo y gratificante trabajo, a que los matones de la Administración en persona vengan a por mí) eclipse mi rabia. Mi repulsa. Hacia los sistemas que hacen desaparecer y asesinan a estudiantes de doctorado y a periodistas pacifistas, esos sistemas que bombardean hospitales y matan de hambre a los niños y congelan sin previo aviso la financiación de los programas de salud mundial.Manifestación propalestina en Nueva York, el pasado 30 de marzo. Algunas pancartas piden la liberación del estudiante de la Universidad de Columbia Mahmoud Khalil.Adam Gray (REUTERS)Pero, por supuesto, es inútil sentir desprecio por los sistemas. Los sistemas no hacen desaparecer ni asesinan a las personas; son las propias personas las responsables. Esa maldad es corpórea: requiere actores individuales con cuerpos reales, con corazones iguales que el mío. La crueldad es una elección; nada es inevitable excepto la muerte.Así que, más concretamente, siento desprecio por la Administración, por cada capricho asesino que lleva a cabo, por responder a las órdenes de ataque militar con emojis de manos rezando, por “cancelar accidentalmente” el programa de prevención del ébola.Odio el daño que infligen. Odio las innumerables grietas que han abierto en el tiempo mientras se pavonean delante de las cámaras y expanden sus imperios de bitcoins. Pero no les importo una mierda, ni yo ni mi odio. Mi lugar de nacimiento (Teherán) me descalifica como preocupación. Y al mismo tiempo me pone en peligro.El supuesto motivo de la detención de Ozturk es que fue coautora de un editorial en el periódico estudiantil de Tufts en el que exigía que la universidad “reconociera el genocidio palestino”, conducta que el Departamento de Seguridad Nacional consideró “un gesto de apoyo” a Hamás y “un motivo para poner fin a su visado”. Según el New York Times, Ozturk estaba investigando el desarrollo infantil, concretamente el proceso de los niños de “comprensión de conceptos como la vida y la muerte”.Vienen a por nosotros. Tengo nacionalidad estadounidense, soy un escritor con un buen trabajo que me da de sobra para pagarme techo y comida. Corro menos riesgos que muchos (probablemente, que la mayoría) que se parecen a mí y rezan como yo. Esa relativa seguridad me parece un imperativo moral. ¿Para qué? Para hacer uso del delta entre mi indignación moral y el terror de los desaparecidos, el delirio de los bombardeados, la desesperación de los hambrientos; para pasar a la acción.Y hablando claro: tengo miedo. Miedo a que la Administración y sus acólitos se vuelvan contra mí. No me parece tan irracional. He firmado peticiones, he escrito cartas, he pronunciado a menudo las palabras “Gaza”, “genocidio” y “fascista” ante los micrófonos. Los algoritmos de intimidación y terror de la Administración están surtiendo efecto.Esto es, por encima de todo, una súplica para que los izquierdistas con principios se levanten en masa y no solo repudien, sino que desarticulen una nación dirigida por genocidas pletóricos. Escribo frenéticamente, consciente de que mi prosa es fea, recargada, que no pasará el filtro de los lectores con mala fe. No tiene encanto ni belleza. Yo tampoco.Esta noche quiero ser comprendido, no apreciado.Ozturk, Douloudi y Khalil no fueron atacados solo por manifestar su oposición al genocidio palestino: también hay ciudadanos estadounidenses blancos que se organizan contra la ocupación israelí. Ozturk, Douloudi y Khalil fueron atacados porque tenían visados de estudiante; fueron atacados porque podían ser atacados. La responsabilidad de proteger siempre recae, y debería recaer, en los relativamente menos vulnerables. Como dice la poeta Aracelis Girmay: “Y a la ternura sumo mi acción”.Es insoportable ser siempre el musulmán que se ve obligado a recordarle el genocidio a todo el mundo, pero no me puedo permitir el lujo del cinismo de mierda ni de la vaga desesperanza.Ahora mismo, mientras escribo, nuestro gato Kocholo (el que estaba en la encimera de la cocina birlando chuches cuando entré en casa) se está muriendo. Tiene un tumor maligno en el hígado que se le ha extendido a los pulmones. Probablemente fallecerá en los próximos días [falleció entre la redacción del texto y su publicación en EL PAÍS]. Me viene a la mente una frase de Les Murray: “Cansados de entender la vida, los animales se acercan al hombre para hallar el desconcierto”. Lloro mientras escribo esto.Hace años, Kocholo era una pequeña bola de polvo gris que apareció sola en el garaje de un amigo. Lo trajimos a casa y desde entonces duerme en nuestra cama todas las noches. Es un miembro más de la familia y tenemos el corazón roto de una forma sísmica, pulverizante. Es insoportable tener que escribir esto ahora mismo en lugar de acurrucarme con Kocholo y Paige. Estas horas con él son valiosísimas. Estoy furioso porque nos las han robado.Sé que es absurdo escribir sobre mi gato con la misma máquina con la que escribo sobre el genocidio. Pero estoy atado a mi subjetividad. No tengo un cerebro para pensar en una Gaza destruida y otro para pensar en mi tierno gato jadeando por la noche. Existe a cada momento una simultaneidad que el lenguaje es incapaz de abarcar. Espero que me perdonéis por mis herramientas.Pienso en los niños a los que Ozturk pretendía ayudar. En todas las horas de ternura que les han robado. Pienso en mi padre, cuya querida hermana mayor está ahora mismo luchando desesperadamente contra un grave cáncer en Teherán. Mi padre se nacionalizó estadounidense hace varios años, pero siente que bajo este régimen no puede regresar a Irán con seguridad para acompañarla. Me dan ganas de tirar mi portátil por la ventana al teclear esto. Al pensar en las horas que les han robado. Tanto a ellos como a Doroudi y Khalil, y a todas las almas nacionales y extranjeras que el proyecto estadounidense ha robado alguna vez.Todos nos precipitamos desde el infinito que nos precedió hacia el infinito que vendrá después. Nadie puede informar desde ninguno de los dos lados. El poeta Franz Wright las llamó “eternidades gemelas, una especie de alas”. El hecho de que esas eternidades estén o no llenas de algo es un debate teológico. En cualquier caso, esta es nuestra única oportunidad de estar vivos en el planeta Tierra. Quiero disfrutar de mi turno sumido en un éxtasis de amor desconcertado. Y la justicia, según la famosa afirmación de Cornel West, es el aspecto que toma el amor en público.Así que escribo esto antes de irme a la cama, donde lloraré con Paige por nuestro hermoso y querido gato e intentaré perdonarme por no ser Dios. Mañana me levantaré para comer antes del amanecer. Charlaré con un amigo que está desintoxicándose, llamaré a mis padres, hablaré con mis alumnos sobre Virginia Woolf, volveré a casa para abrazar a Paige y al gato, y me sentiré muy, muy triste.¿Y tú qué harás? No el tú real, sino el tú concreto. Me refiero a Jim, me refiero a Shannon, como cuando en las películas el presentador de repente empieza a hablar directamente al héroe usando su nombre de pila.Quiero decirte que la impotencia es una coartada. Al igual que la desesperanza. Quiero preguntarte: ¿qué piensas hacer, concretamente? ¿Mañana y pasado mañana? ¿Cuál será tu gesto para proteger a los más vulnerables, a los señalados, a los invisibles, a los siguientes de la lista?Lo que quiero decir es que ha llegado tu turno. Ayuda. Te lo rogamos ahora que podemos.Kaveh Akbar (Teherán, Irán, 1989) es un poeta y novelista estadounidense. Es autor de la novela ¡Mártir! (Blackie Books, 2025) y profesor de Escritura Creativa en la Universidad de Iowa.Este artículo se publicó originalmente en The Nation. La traducción es de Julia Viejo.
¿Y tú qué vas a hacer ante el terror antimigratorio de Trump? | Ideas
11 min
