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La tribu y el mar: la vuelta a casa de Mario Vargas Llosa | Cultura

11 min


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Cada martes, jueves y sábado, Mario Vargas Llosa bajaba a las 6.45 de la mañana a la puerta de su hogar, un ático luminoso con las paredes tapizadas de libros y una fachada de cristal que mira al mar. Allí lo pasaba a recoger con el coche un viejo amigo. Conducían unos 15 minutos por el malecón hasta llegar a un club privado. Bajaban a la playa y conversaban caminando. Los paseos duraban una media hora y charlaban sobre todo de política. La rutina se repitió sin faltas durante más de un año. Desde el verano del 2023, al poco del regreso del Nobel a Lima, y hasta hace pocos meses, cuando el novelista apenas salía ya de su refugio frente al mar.El escritor peruano, fallecido el pasado domingo a los 89 años en esa casa, nunca perdió la disciplina que aprendió en el colegio militar donde estudió y que retrató en La ciudad y los perros. Pero el regreso a su ciudad le dio algo más. Una especie de dicha serena, un sentimiento de misión cumplida, en el que tuvo mucho que ver el sellar la paz con su familia y, por extensión, con todo Perú. Una relación que ha tenido sus altos y bajos. Lima ha sido la Ítaca particular de Vargas Llosa después de una vida de trotamundos con giros de timón homéricos, como separarse de su esposa en 2015, días después de celebrar las bodas de oro —cinco décadas juntos—, para embarcarse en una relación con la socialité Isabel Preysler y pasar de las páginas doradas de la Pléiade —el Olimpo francés de las letras— a la prensa rosa.No en vano, su poema favorito era el dedicado por Cavafis al largo viaje del héroe antiguo de ida y vuelta a su ciudad. Una oda a la vida —y a la literatura— como aventura que insiste en sus versos en que el viaje no termina hasta que se regresa a casa: “Ten siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino”.Desde su vuelta, era habitual verle paseando por el malecón de su barrio, Barranco, una zona residencial de pasado bohemio reconvertida en chic. Acompañado siempre de Patricia, la madre de sus tres hijos (Álvaro, Gonzalo y Morgana), ellos fueron clave en la operación retorno tras romper con Preysler. Su círculo más cercano habla de él durante esta época final en Lima como un hombre “tranquilo, aliviado, satisfecho” tras su vuelta a “la tribu”, como se autodefine cariñosamente la familia Vargas Llosa, una galaxia que incluye también nietos, sobrinos y amigos íntimos.Mario Vargas Llosa en su domicilio de Lima junto a su amigo Pedro Cateriano, pocos días antes de su fallecimiento, en una fotografía cedida por este último.Juntos planearon los últimos pasos del escritor, una despedida por capítulos. Primero, el anuncio de su retirada de las novelas, luego el adiós a la columna quincenal que publicó en EL PAÍS durante 33 años, Piedra de toque. Los paseos discretos por algunos escenarios limeños de sus obras, que su hijo Álvaro documentó con fotos en las redes sociales. Aunque no dejó de escribir. En los últimos tiempos trabajaba en un ensayo sobre Sartre, uno de sus primeros maestros. “Andaba leyendo mucho a los franceses”, recuerda Pedro Cateriano, el amigo de las caminatas y dos veces primer ministro de Perú.Ambos se conocían desde finales de los ochenta, antes de que el escritor intentara alcanzar la presidencia. Comparten afinidad por el centroderecha y las charlas junto al Pacífico fueron la materia prima para la biografía política Vargas Llosa, su otra gran pasión (Planeta, 2025), que Cateriano acaba de publicar. Recuerda que su amigo siempre llevaba la batuta en las conversaciones: “¿Qué vamos a tratar hoy, Pedro?”. Comenzaban las preguntas, las respuestas, las reflexiones. Pero el novelista dejaba muy claro cuándo le parecía suficiente: “Cuando decía ‘listo’ o ‘bueno, bueno’ quería decir ‘me estoy aburriendo, hasta aquí llegamos”. Era el momento de emprender el regreso a casa. Cateriano, que recuerda a un Mario locuaz dependiendo del momento y el tema, aprovechó para confirmar algunos viejos rumores. ¿Era verdad que cuando el MRTA, una organización marxista leninista, secuestró a su amigo el empresario Carlos Ferreyros, Vargas Llosa llamó a Carmen [Balcells] para que le pidiera a García Márquez que intercediera ante Fidel [Castro]? Sí, le dijo el novelista.Mario Vargas Llosa durante la campaña electoral de Perú, en 1990.Diana Walker/Getty Images (Getty Images)Pero hablando de política se colaban lateralmente otros temas, como la muerte de los amigos. El accidente en helicóptero del expresidente chileno Sebastián Piñera lo afectó mucho. “Me dijo que él había viajado en ese mismo helicóptero”. O la muerte asistida de su amigo Carlos Alberto Montaner, el escritor cubano disidente del castrismo, tras una larga y rara enfermedad neurodegenerativa.La salud de Vargas Llosa empezó a debilitarse de manera acusada durante sus últimos años en Madrid. Aunque existe confusión sobre el origen. Públicamente, la familia lo atribuyó a dos infecciones de covid. Otras fuentes cercanas al clan mencionan un cáncer linfático por el que fue tratado y que superó. La causa de la muerte tampoco fue revelada. Su abogado y amigo Enrique Ghersi apuntó a una neumonía. Lo que sí confirman todas las voces consultadas para este reportaje es que “le jodía perder facultades”. Algo que él mismo reconoció en una entrevista con este periódico en su casa de Madrid, en febrero de 2023, poco antes de regresar a Lima. “Detesto el deterioro. Las ruinas humanas. Es algo terrible, lo peor que podría pasarme. Por ejemplo, ahora tengo problemas de memoria. La tuve siempre muy lúcida. Recordaba las cosas, y noto cómo se ha empobrecido. Es inevitable: 86 años. Hay cosas que recuerdo más que otras, pero… Algunos nombres, por ejemplo: veo las caras, pero los nombres se me han perdido”.Por esas fechas, sus allegados limeños intuyeron que la relación con Preysler hacía agua al leer el cuento Los vientos, ambientado en Madrid, en el que un hombre en el crepúsculo de su vida siente remordimientos por haber dejado a su mujer por una pasión pasajera. Los tres hijos fueron los que peor llevaron la separación de sus padres, pero cuando vieron que Patricia, la matriarca, aceptaba abrirle de nuevo la puerta del hogar familiar, se organizó el regreso a Lima. Una vuelta a casa para la etapa final. Se intensificaron los contactos incluso por teléfono celular. “Mario empezó a usarlo ya mayor, a mitad de su relación con Isabel. Solo unos pocos, no llegaban a 10 personas, teníamos su número”, apunta su amigo Cateriano.Ni la distancia física ni los conflictos o escándalos lograron destruir las relaciones de un clan sólido, que pese a las diferencias siempre mantuvo el contacto, y en el que el huracán Preysler abrió grandes grietas, pero no suficientes para romper a la tribu y a su matriarca.“Patricia es muy práctica, entiende el caos como algo fructífero y es una gran solucionadora de problemas, una gran gestora, sea de las maletas de la troupe cuando viajan, sea de las emociones de unos y otros”, cuenta Paola Ugaz, periodista y parte de los allegados que viajaron con ellos a Estocolmo cuando recogió el Nobel de Literatura de 2010. En el discurso, Vargas Llosa lloró de emoción al mencionar a su esposa. “El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable. Sin ella, mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico. Hace todo y todo lo hace bien. Es tan generosa que, cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios. ‘Mario, para lo único para lo que tú sirves es para escribir”. Aquella delegación, de más de 200 personas, fue otro ejemplo de lo que la familia llama “la tribu”.Mario Vargas Llosa, tras recoger el Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia en 2010.EFE/Javier LizónAmigos de la pareja apuntan a que Patricia Llosa, de 80 años, es una mujer muy autónoma, que cuando él decidió separarse se construyó una nueva vida, con amigas, viajes y colaboraciones en instituciones culturales.También viajó a Estocolmo en la troupe del Nobel el escritor Sergio Vilela, autor de El cadete Vargas Llosa: La historia oculta tras ‘La ciudad y los perros’ (2004), una crónica que reconstruye aquella etapa a través de varios de los estudiantes supervivientes. Además, Vilela, directivo de Planeta, trabajó antes de la pandemia con Vargas Llosa en un proyecto de podcast sobre cómo construir una novela. “Grabamos varias veces en casa de Isabel y se le veía bien, muy lúcido”. Volvió a encontrárselo en 2024, ya en Lima, en una función de teatro. “Le costó reconocerme, Patricia tuvo que recordarle un par de veces para que me situara”.Pese a los lapsus cada vez más frecuentes, Vargas Llosa disfrutó de varios de sus placeres favoritos casi hasta el final. El año pasado se fue con toda la tribu de veraneo a las islas griegas. Y el pasado 28 de marzo, celebró sus 89 años rodeado de los íntimos en una fiesta con regalos, tarta y el Cumpleaños feliz. No dejó de leer, de pasear, de ir al cine, al teatro y, sobre todo, de gozar de sus comidas peruanas favoritas: lomito saltado, chupe de marisco —de su natal Arequipa— y guargüeros, una especie cucuruchos de dulce de leche. Su amigo y biógrafo Alonso Cueto va más allá en su relación con su país natal: “Se formó en el Perú, descubrió aquí los hechos esenciales y de la vida. Recorrió el mundo, pero siempre tuvo al Perú en el fondo del corazón. Era el lugar de sus afectos originales y el mejor escenario para su apetito de lo diverso”.En sus memorias El pez en el agua (1993) escribió: “Quizá decir que quiero a mi país no sea exacto (…) Cientos de veces me he hecho, desde joven, la promesa de vivir siempre lejos del Perú y no escribir más sobre él (…) pero no puedo librarme de él: cuando no me exaspera, me entristece y, a menudo, ambas cosas a la vez”. Vivió en Madrid, París, Londres, Barcelona, Nueva York y esa relación ambivalente con su país también se vio reflejada en la recepción de su figura pública, más que su obra, entre los peruanos. Cuando perdió las elecciones en 1990 contra Alberto Fujimori, y se volvió a ir, muchos no entendieron que no se quedara a defender su proyecto desde la oposición. Es cierto que, cuatro años después y tras el autogolpe de Fujimori, se lanzó a una campaña en defensa de la democracia y contra el autócrata, que el fujimorismo respondió con un feroz ataque personal. “Era la época en que le reprochaban que se hubiera nacionalizado español, que le hubieran nombrado marqués”, recuerda su amigo Cateriano, el de las caminatas. Fue entonces cuando describió al PRI mexicano como “la dictadura perfecta”.Antes de eso, la izquierda peruana le había puesto la cruz cuando, al frente de una comisión oficial de investigación independiente, acusó a comuneros de perpetrar la matanza de Uchuraccay (1983), el asesinato de ocho periodistas en plena guerra contra Sendero Luminoso. En épocas más recientes, “las élites peruanas no soportaron que apoyara para la presidencia a Ollanta Humala, Alejandro Toledo o Pedro Pablo Kuczynski”, añade una fuente de su entorno. Y sembró la polémica con su última deriva a favor de dirigentes ultras como Bolsonaro o Milei, o que en 2021 pidiera el voto por Keiko Fujimori, la hija de su adversario histórico, con la justificación del mal menor ante el maestro marxista Pedro Castillo.De izquierda a derecha, Gonzalo, Álvaro y Morgana, hijos de Mario Vargas Llosa, caminan portando dos urnas con los restos de su padre afuera del Centro Funerario y Crematorio del Ejército de Chorrillos en Lima (Perú).John Reyes Mejía (EFE)Al mes de entrar en la Academia Francesa, Perú le concedió su mayor condecoración, el Gran Collar de la Orden del Sol, que recibió de manos de la presidenta, Dina Boluarte, sucesora del encarcelado Castillo y sumida en una profunda crisis política y de seguridad. Fue criticado por aceptarla de la polémica presidenta. El gesto se sumó a los innumerables giros y vueltas que dio en su larga vida, siempre en nombre de la libertad y los derechos humanos, el Vargas Llosa público.Sus amigos sugieren que fue una forma de dejarse querer por su país y subrayan su independencia hasta el final, poniendo como ejemplo las últimas decisiones que tomó para evitar el uso político de su muerte. Despedida sin homenajes públicos. Una incineración en la intimidad. Y dos destinos para sus cenizas, que seguirán viajando. Parte fueron esparcidas en el mar, en el Pacífico peruano que siempre tuvo en mente. Y el resto, irán a Europa.


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