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Ricos, horteras y orgullosos: así es la tendencia ‘boom boom’ que sale a relucir en todas las crisis | ICON

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La relación entre la vestimenta y el dinero ha dado lugar a todo tipo de aforismos y tendencias. Por un lado, aquella frase tan célebre de Dolly Parton, que como respuesta a los que acusaban a la superestrella del country de vestir como una fulana, escribió: “Se necesita mucho dinero para parecer así de barata”. En sus antípodas, el tan traído y llevado lujo silencioso, la respuesta de los superricos a la logomanía. Aupado por el éxito de Succession, esta tendencia dictaba que los ricos de verdad llevan jerséis que parecen sencillos, solo que al tocarlos uno se da cuenta de que son cashmere de Loro Piana y cuestan miles de euros. Y en el extremo de ambas tendencias está el dinero que quiere lucir como dinero. Se estiló en los ochenta, cuando Reagan mandaba en la Casa Blanca y Dinastía reinaba en la televisión, y su estética nunca se fue del todo (ha recibido otros nombres, como bling bling), pero tiene actualmente un regreso oficial con otra denominación de pronunciación también pegadiza y musical: boom boom. El término lo acuñó el experto en moda Sean Monahan en su newsletter, 8Ball. Y es, en sus palabras, otra “fetichización del pasado”.¿Dónde se ve este movimiento? En Kim Kardashian vestida de traje, como una ejecutiva agresiva, en la portada de la edición estadounidense de GQ. O en la cantante Chappell Roan vestida en las imágenes de su nuevo single (The Giver) como una especie de Gordon Gekko (o sea, Michael Douglas en Wall Street) en versión lesbiana poderosa. Por supuesto, también en los Trump, adláteres e imitadores en cenas en la Casa Blanca, Mar-a-Lago o los restaurantes más caros de Manhattan. Y de ahí, a las calles. Desde las páginas de New York Magazine, Emilia Petrarca describe la tendencia como “gastar tu dinero en vestirse para que se note que has gastado tu dinero en vestirse”. Brillo, marcas y símbolos de poder. ¿Y corbata? Por supuesto.“Es la abreviatura de la estética de Patrick Bateman [protagonista del clásico de Bret Easton Ellis American Psycho, publicado en 1991 y que fue llevada a la pantalla en el año 2000] con sus trajes de alta gama, un aplauso a los nuevos restaurantes caros elogiados no por su comida, sino por su exclusividad; y una fetichización obsesiva de la riqueza”, asegura en Mashable la periodista Christianna Silva. Patrick Bateman es un personaje clave en todo esto. De hecho, en su versión cinematográfica, con el rostro y los músculos de Christian Bale, ya arrasó en TikTok hace un par de años. No es casualidad: la estética del personaje, un yuppie de 26 años que luce trajes de Valentino y Cerruti y caminaba con un teléfono inalámbrico por todos lados (entonces, una tecnología reservada para los ricos), está destinado a dominar 2025.La cantante Chappell Roan recreando la avaricia en una imagen promocional.Christian Bale, Reese Witherspoon, Justin Theroux, Samantha Mathis y Matt Ross en ‘American Psycho’. La estética ‘boom boom’ explicada en una sola imagen.Photo:MPTV.net (-)Luca Guadagnino, otro de los diseñadores de la estética de esta década, prepara una nueva adaptación cinematográfica de la novela y su estética triunfa sobre las pasarelas. Anthony Vaccarello, director creativo de Saint Laurent, aseguró que su figura fue el referente para crear la colección masculina otoño/invierno 2024 de la firma francesa. Armani, por su parte, ha lanzado una campaña llamada That’s so Armani (”¡Eso es tan Armani!”), con la que la marca quiere dejar constancia de que los trajes oversize de hombros generosos que ahora se imponen proceden del imaginario estético de la firma. De hecho, el desfile de la colección otoño-invierno 2025/26 de Giorgio Armani fue todo un homenaje a sus archivos.Ni una respuesta ni una actualizaciónRafa Rodríguez, periodista y crítico de moda, considera que aquello del lujo silencioso era “una majadería, una lectura ideológicamente torticera de ciertos códigos estéticos, en sintonía con el avance del pensamiento conservador. Esto del boom boom no me parece, para el caso, una reacción opuesta, sino adecuar la estética al mensaje actual en tiempos de cryptobros”. No ve, tampoco, ninguna ironía en este reclamo del pasado: “La ironía es algo que cotiza muy a la baja entre las nuevas generaciones”.El término boom boom se inspira en el club Boom Boom Room, ubicado en el piso 18 del Standard Hotel de Manhattan, así como en el restaurante Windows on the World, situado en uno de los últimos pisos de la Torre Norte del World Trade Center y uno de los grandes centros de poder del Nueva York de los ochenta y noventa. “Si el dinero, el poder, el ego y la pasión por la perfección podían crear este placer extraordinario, entonces este monumento instantáneo, Windows on the World, demuestra que el dinero, el poder y el ego pueden rescatar a Nueva York de sus cenizas. Vaya subidón”, escribió sobre él el crítico gastronómico Gael Greene en la revista New York. Monahan explica, en la misma revista, que la segunda presidencia de Donald Trump generará optimismo económico (aunque quien así lo crea necesitará paciencia), pero al mismo tiempo ansiedad. Monahan reflejó en un gráfico de 8Ball sus consecuencias. “Los cambios en la tecnología y la sociedad generan problemas y oportunidades. La disrupción trajo consigo agitación política y dislocación económica. La nueva jerarquía que este proceso creó renovó nuestro deseo de exhibir estatus”.Christian Bale en ‘American Psycho’.Photo:MPTV.net (-)O sea: ¿cuanta más incertidumbre, más dorado? “Los baby boomers creen que todo estatus deriva del mérito. Las tendencias comienzan con lo material de nuestra vida cotidiana: lo que compramos, lo que nos gusta, lo que hacemos”, indica. “El dinero nuevo intenta alcanzar el estatus del dinero antiguo. Pero como es habitual, esto viene acompañado de acusaciones de vulgaridad”, matiza.Pedro Mansilla, sociólogo y crítico de moda, tiene una teoría interesante sobre la estética boom boom y la supuesta vulgaridad que requiere que, de nuevo, miremos al lujo silencioso. “El lujo silencioso es propio de los que llevan mucho tiempo disfrutando del poder. Pero este nuevo lujo ruidoso embiste contra él por despecho”. Según él, la inmensa mayoría de los nuevos ricos readaptan su gusto en su ascensión social. Indica que antes el proceso exigía ascenso de renta, pero en la actualidad es en muchas ocasiones tan solo un esforzado ejercicio de aspiración: o sea, parecer rico sin serlo. “También se da la resistencia a esa domesticación social, la manifestación orgullosa de las diferencias, sean estas de renta, raciales o de preferencia sexual. Muchos de los discursos del feísmo, del que viste como un outsider, se legitiman al reivindicarse como arma de confrontación social. Quizás ha llegado el momento en el que el nuevo rico no quiere disimular más y prefiere correr arriesgarse a las consecuencias”.Michael Douglas como Gordon Gekko en ‘Wall Street’, santo patrón de la avaricia.©20thCentFox/Courtesy Everett Collection (©20thCentFox/Courtesy Everett Collection / Cordon Press)Por más que Monahan crea que quienes abrazan la estética boom boom no tienen una afiliación política concreta, Petrarca explica en New York Magazine que la idea de que es posible que alguien adopte un estilo sin que refleje quién es es una farsa. “Nos guste o no, cuando nos vestimos nos unimos a un grupo; le contamos al mundo quiénes somos. A primera vista, el boom boom se interpreta como un gesto de aprobación a la avaricia”, escribe.Entonces, ¿quién se beneficia de una estética que celebra, con o sin ironía, esa búsqueda de la riqueza por encima de todo? Opina Rodríguez, con cierta sorna: “Sobre todo, Luca Guadagnino, si no tarda demasiado en estrenar su American Psycho”. La respuesta de Mansilla es más tajante. “Se beneficia el mercado. Siempre. Las marcas, por muy prestigiosas que sean, no son capaces de renunciar al éxito, ni al económico, ni al reputacional. El lujo y la moda ya lo han hecho antes: la tolerancia cero con los advenedizos saltó por los aires frente a los nuevos clientes árabes, rusos, coreanos o chinos. Si tu cultura te anima a la exhibición sin pudor del dinero, nosotros no vamos a ponernos piedras en nuestras propias ruedas”, concluye. ¿Se puede hablar de apropiación cultural cuando lo que copiamos es el estilo de los millonarios? Esa es la pregunta más interesante, pero probablemente tendría que ser respondida en otro artículo.


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