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Raluca Buzura, la ceramista que crea joyas de porcelana tan bellas como inquietantes | Estilo de vida

8 min


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Cuando Raluca Buzura (Rumania, 40 años) tenía 13 años se pasó todo el verano pintando. No lo hizo en un cuaderno de dibujo, en lienzos de tela o en paredes abandonadas. Su encargo era mucho más ambicioso: debía de pintar el iconostasio de una pequeña iglesia ortodoxa cercana a su pueblo natal, en el norte de Transilvania. Era una obra colosal para una adolescente, pero aceptó el reto porque se sentía preparada y también porque sabía que llenaría de orgullo a sus progenitores: un clérigo y una profesora de Dibujo. “Desde pequeña tuve inquietudes artísticas y, cuando cumplí los 12 años, mi padre me envió un verano a un monasterio de monjas para aprender pintura religiosa bizantina”, explica. Una experiencia vital que le marcó profundamente y que, un año más tarde, plasmó en aquella imponente pared con tres puertas camufladas que en las iglesias ortodoxas separa el altar del resto del templo. “Recuerdo pintar las escenas de la vida de Jesús, usar muchos colores y también el oro, tan característico de este tipo de pintura. Nunca más he regresado allí, pero creo que me gustaría”, confiesa con cierta añoranza.Desde aquel verano, han pasado casi tres décadas y ahora su vida transcurre a más de 2.500 kilómetros de Transilvania y su carrera ha evolucionado hasta la joyería escultórica. Hace ocho años que vive en Cataluña, primero en Barcelona y, desde 2018, en Tortosa. Cosas del amor. “Me gusta la gran ciudad, a veces echo en falta más vida cultural, aunque también aprecio la tranquilidad de vivir aquí”, afirma. Su estudio-taller, a dos pasos de uno de los puentes que cruza el río Ebro, es una esquina abierta a la calle. Uno de los ventanales está lleno de plantas, el otro lo usa de escaparate para sus impactantes piezas. Collares, pendientes y broches sugerentes que juegan hábilmente con la forma y el volumen. Sobre una mesa, hay una veintena de prototipos de porcelana perfectamente colocados. “Son de Subterrana, mi última colección, aún no la he terminado, me faltan más diseños. He trabajado el concepto de la tensión, tanto a nivel de movimiento tectónico como a nivel social. Quizás por eso me ha salido toda negra, pero aun así hay un toque de oro. Es como el punto de luz, la esperanza de que incluso de las fisuras puede salir algo bello”, sugiere.Más informaciónLe pido permiso para coger una de las piezas. Es un broche negro precioso, salpicado de oro, que recuerda al caparazón de un erizo, la explosión de una galaxia, un cactus raro carbonizado. Sea lo que sea, me atrapa su misterio. Hago el gesto de colocármelo en medio del pecho, pero ella me rectifica con dulzura. “Mejor en el hombro, justo aquí, para darle la importancia que tiene”, señala. Buzura trabaja con la mirada espacial del artista; sus joyas están concebidas como instalaciones en pequeño formato. Aunque la mayoría de sus clientas son mujeres, también le compran hombres. “Ellos mismos me dicen: ‘Quiero esta pieza, pero ni es para regalar, ni me la voy a poner’. Algunos las enmarcan, otros las guardan en vitrinas. Quieren, simplemente, contemplarlas. Son coleccionistas de arte contemporáneo”, afirma. Y es que cualquier pieza de Buzura es digna de ser llevada y de ser admirada, porque cumple esta doble función a la perfección. “Mi gran desafío es cambiar la percepción que la gente tiene de esta disciplina. Una joya puede ser como una pintura o una escultura. Yo me esfuerzo para poner las mías a esta altura”.Broche de la nueva colección ‘Subterrana’ de Raluca Buzura.Raluca BuzuraA Buzura no le importa admitir que es ceramista por accidente. Con 14 años, se mudó a Cluj-Napoca, la capital de Transilvania, para ingresar en el Instituto de Arte. “Durante el primer año hacíamos de todo: pintura, escultura, dibujo… Y en el segundo ya debíamos elegir una especialidad. Yo elegí cerámica porque la eligieron mis amigos. Lo que quería era pasármelo bien con ellos”, confiesa entre risas. Pero resulta que no se le dio nada mal. Durante el tercer curso, un profesor la eligió para participar en el Concurso Nacional de Cerámica. Ganó el primer premio. En el cuarto curso, ocurrió lo mismo, lo que le dio el pasaporte directo a la Facultad de Bellas Artes. “Yo quería estudiar Diseño de Moda, pero al ganar dos veces el Concurso Nacional cambié de idea y decidí probarlo. Lo que más me interesaba era hacer instalaciones artísticas con cerámica, sabía que sería difícil vivir de ello, pero se convirtió en mi sueño”.Raluca Buzura trabajando en una de sus joyas de cerámica.Lars ChristiansenCada 1 de marzo, en Rumania, se celebra la llegada de la primavera y es tradición que los hombres y los niños regalen a las mujeres de su entorno un martisor, un pequeño broche del que cuelga un hilo rojo y uno blanco. “Cuando aún estaba en la universidad quería ahorrar dinero y empecé a hacer estos broches para venderlos en ferias de artesanía. Me fue bastante bien. En 2009, acabé el Máster en Cerámica y, finalmente, pude comprarme mi propio horno y alquilar un local en Cluj-Napoca”, recuerda. Pero entonces se dio de bruces con la realidad. La vida de artista era muy complicada y seguir con la fabricación de martisors de cerámica para sufragar los gastos del taller le robaba mucho tiempo y mataba su creatividad. Y, de nuevo, Buzura hizo aflorar su lado más pragmático: “¿Y si en lugar del gran formato me enfoco en el pequeño formato?”, se preguntó. De esta manera, podían confluir sus tres pasiones: la cerámica, las instalaciones de arte y el diseño de moda. “Mi estilo nació así, disminuyendo la escala de las obras que tenía en mi cabeza. Por eso digo que mi joyería es wearable art installation, es decir, una instalación de arte que puedes llevar puesta encima”.Una de las piezas de ‘Bleached Collection’ de Raluca Buzura.RALUCA BUZURADesde que tomó esta dirección, la carrera de Buzura se encarriló. Empezó a participar en AUTOR, una de las ferias de joyería contemporánea más importantes de Europa del Este, que se celebra en Bucarest. A partir de aquí, le llegaron propuestas para participar en ferias de otras ciudades (Múnich, Ámsterdam, Nueva York, Miami, Turín…) y, poco a poco, se le abrieron las puertas de galerías y de tiendas de diseño —ahora una en Tokio, ahora otra en Barcelona— que antes parecían inalcanzables. “Llevo 15 años así”, dice. Un trabajo agotador, pero necesario para dar visibilidad a sus colecciones. “Suelo sacar una al año, máximo dos, y siempre están influenciadas por lo que ocurre a mi alrededor o lo que me ocurre a mí. Cuando me instalé en Barcelona, me impactó ver lo mucho que explotamos el mar y, a cambio, solo le devolvemos basura. De ahí surgió Especies Extinguidas, que habla de la belleza marina. Más tarde hice una colección totalmente blanca, muy esquelética, porque quería denunciar la contaminación de los océanos y el blanqueamiento de los corales. En cambio, ELLA es una reflexión sobre mi cuerpo y el de la mujer en general, que muchas veces aún es tabú, a pesar de ser el origen de la vida, por eso trabajé la idea de las flores-vulva”.Piezas de la colección ‘ELLA’, de Raluca Buzura.Raluca BuzuraEn el escaparate de su estudio-taller hay expuestas piezas de varias colecciones. Todas comparten un mismo ADN porque cuando las miras ya sabes que son Raluca Buzura. Collares, pendientes y broches que más que joyas son pequeñas esculturas, inquietantes y bellas, siempre bañadas por el halo dorado propio de la pintura bizantina. De ahí quizás el aire litúrgico, místico, casi reverencial, que destilan sus creaciones. “Cuando empiezo una colección me obsesiona cómo traducir el concepto en una forma, encontrar la manera visual de transmitir el mensaje. También me motiva mucho innovar, como dar flexibilidad a un material rígido”, explica mientras sostiene en sus manos un collar formado por unas 120 hojas de porcelana cosidas a mano sobre una base de cuero. “Esta solución fue una idea mía y estoy muy orgullosa de ella”, señala sonriente. En cuanto al proceso técnico, Buzura reconoce que es muy metódica. “Me gusta trabajar por etapas: modelar, cocer, pulir, esmaltar, volver a cocer, coser… No puedo decirte cuántas horas dedico a una pieza, pero una vez cronometré el tiempo que tardé en hacer una colección entera. Fueron 14.612 minutos y así es como la titulé”. Una bella metáfora de cómo el arte, también en forma de joya, es capaz de encapsular el tiempo y hacerlo tan bello como infinito.


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