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Andrea Chapela: “El mundo se está acabando todo el tiempo, de manera muy pequeña y a veces de manera colosal”

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La mente de Andrea Chapela (Ciudad de México, 35 años) es estructurada y pragmática: herencia de sus padres, científicos, y de su etapa como estudiante de Química. A la escritora mexicana le atraparon, sobre todo, las historias del mundo científico, “una de las grandes búsquedas de la humanidad”, pero pronto se dio cuenta de que su imaginación no funcionaba para esa materia. “Al momento de la verdad, que era poner un experimento y esperar cinco horas, lo que hacía era leer novelas, no papers”, explica en una cafetería, bajo el sol capitalino de primera hora de la tarde.Entre esos dos mundos terminó por encontrar su verdadera vocación, la ciencia ficción. Autora de Ansibles, perfiladores y otras máquinas del ingenio (Almadía, 2020), la escritora fue seleccionada por la revista Granta en 2021 como una de los 22 novelistas jóvenes en español a los que seguirles la pista. Ha recibido el premio Nacional de Literatura Gilberto Owen de Cuento por Ansibles… y el Juan José Arreola por Un año de servicio a la habitación (Editorial UDG, 2019). Ahora vuelve con Todos los fines del mundo (Random House), una novela en la que explora los límites difusos entre la amistad y el amor, el deseo y los “gestos físicos que importan”. No sería un libro suyo, no obstante, si no añadiera el ingrediente estrella: una realidad en la que el clima se ha extremado y está a punto de colapsar.Chapela medita en silencio, pausadamente, cada pregunta antes de responder. “El mundo se está acabando todo el tiempo de distintas formas para distintas personas, de manera muy pequeña a veces y a veces de manera colosal”, reflexiona. El plural del título no es casual.Pregunta. ¿Qué nos obsesiona de la idea de final, que la recreamos todo el tiempo?Respuesta. Nos da mucho miedo que las cosas acaben, pero también hay mucha liberación cuando algo se acaba. Todas las cosas que tienen esa dicotomía, que no son ni buenas ni malas, sino que tienen las dos cosas en medio, nos obsesionan mucho.P. ¿Cómo se compagina pensar el fin del mundo con imaginar una especie de utopía para lo que viene después, como plantea en el libro?R. En realidad siempre estamos jugando a que se acaba un mundo. Una vez escuché una plática donde Yásnaya Aguilar decía que, para su gente, el mundo ya se acabó una vez. En la conquista de México se acabó un mundo y comenzó otro. Hay vestigios de ambos, y la vida prevalece muchas veces en esos cortes tan grandes que llamamos el fin del mundo.Como escritora de ciencia ficción, la distopía es uno de los grandes temas, pero no me gusta la idea de que estoy obligada a imaginar futuros terribles. Es una pregunta que todavía me hago, cómo imaginar cosas esperanzadoras sin ser ingenua.P. Es una utopía frágil.R. La utopía siempre va a ser frágil. Todas las historias de utopía en realidad son distopías, porque en el momento en que comienza a evolucionar la cosa algo va a romperse. Me gusta escribir sobre personajes que están tratando de hacer lo que pueden con las circunstancias en las que están.P. ¿Se ha vuelto transgresora la esperanza?R. Yo lucho con ello todo el tiempo. En el momento en el que estamos, para poder ver la realidad de frente, tenemos que sostener el pesimismo y el optimismo juntos. Están pasando muchas cosas terribles y a la vez hay muchísimas historias de resiliencia. La esperanza es una de las pocas herramientas que tenemos para apostar. El mundo nos ofrece muchas versiones de cómo podría ser peor. Si no tenemos modelos imaginativos de cómo querríamos que se viera mejor, somos presas de la gente que sí puede imaginar un mundo que nos parece terrible.P. ¿Hay un sesgo de género en ese tipo de planteamiento? Parece que las mujeres militan más en la bondad, políticamente.R. Mi primera respuesta sería sí pero, como todo, a lo mejor tiene que ver con las cosas que nos enseñan a valorar como mujeres. Esta idea de que las mujeres tienen más amistades y círculos sociales más amplios, y les resulta más fácil generar esta comunidad. Es difícil mantener una comunidad si no se tiene esa apreciación por el otro.Por otro lado, creo que las mujeres siempre hemos encontrado poder político en el grupo, más que en la individualidad. A los hombres se les enseña que un hombre solo ya es un ser político que puede exigir. Creo que hay algo de eso en por qué imaginamos ese tipo de futuros.Andrea Chapela.aggi garduñoP. Empezó el libro en 2019 y se atravesó la pandemia. ¿Cómo transformó la escritura?R. Lo transformó mucho. Con la pandemia se cerró un mundo y de repente el futuro se hizo más pequeño. Esos primeros meses, todo lo que teníamos era el presente y luego, conforme el futuro ha vuelto a existir, tampoco se siente tan grande como antes, se siente en peligro. El libro se alimentó de esta idea. Las cosas siguen igual, pero no sabes por cuánto tiempo.P. En el libro cuestiona lo que hay detrás de las palabras, como cuando decimos “no pasó nada” para decir que no nos acostamos con alguien, como si fuera la unidad de medida. ¿Le damos al sexo un lugar injustamente predominante?R. Tampoco creo que sea injusto, en el sentido de que sí es un lugar de mucha vulnerabilidad, pero sí me hacía esa pregunta. Decimos “no pasó nada”, pero yo he tenido sexo que es como si no hubiera pasado nada, mientras que he tenido conversaciones o momentos con gente que sigo rumiando y que han cambiado quién soy. En el libro hay una parte que tiene que ver con la manera en la que me he peleado con el lenguaje.P. La relación que retrata se mueve en lo ambiguo, como los libros de Sally Rooney. ¿Han conquistado los grises la literatura?R. ¿No están conquistando nuestra generación? La literatura siempre está respondiendo a la realidad y, cuando mi madre leyó el libro, que tiene 70 años, me dijo: “Ah, este es un libro de otra generación, porque te preguntas cosas que yo nunca me había preguntado”. Los libros de Sally Rooney presentan ese estar millennial, con cierto tipo de complicaciones materiales y en el que muchos de los hitos de la vida ya no los estamos viviendo al mismo tiempo ni de la misma manera. Han cambiado los pesos de las relaciones, y ahí comienzan a aparecer esos grises.El libro habla mucho de tener una relación que no entiendes qué es, para bien y para mal: te permite todas las posibilidades, pero también todas las ansiedades, porque hay mucha seguridad en poner una palabra a algo.P. ¿Cómo conviven en la realidad la idea de liberarse de las etiquetas y la falta de responsabilidad que facilita el no ponerle nombre a las relaciones?R. Conviven fatal [ríe]. No hay una fórmula clara de cómo lidiar con ese lugar. Para mí la solución ha sido pensar que en todos los vínculos que tengo, los casuales y los importantes, hay una persona en el otro lado que también tiene miedos y carga cosas que lo han lastimado y que ha querido.P. Le devuelvo la pregunta de sus personajes: ¿con quién pasaría el fin del mundo?R. Ahora mismo, con mis hermanos y mis padres, que son ya mayores y eso hace que todo el tiempo piense que, más allá del fin del mundo, no nos queda tanto tiempo juntos. Pero también es verdad que durante muchos de los años que escribí este libro había otra respuesta, y esa respuesta ya no es.P. Todos los finales son provisionales.R. Sí, todos los finales son temporales de alguna forma.


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