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Rusia sigue siendo el malo perfecto para las novelas de espionaje y estos dos autores nos lo demuestran | Elemental | Cultura

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Hoy traemos a dos de los principales exponentes del género más divertido, el que mejor mezcla el carácter lúdico con las grandes preguntas sobre el mundo. Vamos a hablar de espionaje y de dos maestros en el arte de narrar las peripecias de sus agentes: Daniel Silva y David McCloskey, ambos con novedades en las librerías. El primero está en la vigesimoquinta novela de su héroe, Gabriel Allon. La que nos llega es la vigesimocuarta, Muerte en Cornualles (HarperCollins, traducción de Victoria Horrillo Ledesma). El segundo tiene publicadas en español Estación Damasco y la que nos ocupa hoy, Moscú X (Salamandra, traducción de Jofre Homedes). No pueden ser más distintos, pero cada uno tiene su interés y un punto en común: los hilos del enemigo los maneja siempre el mismo maestro de marionetas. Pasen y lean.Luchar contra Putin con su propia medicinaDavid McCloskey fue analista de la CIA y salió de Damasco un mes antes de la revuelta contra El Assad. Ha vivido una vida intensa y ha presenciado de cerca una realidad a veces espantosa. Nada de esto serviría para su propósito si no tuviera una enorme capacidad narrativa que vuelve a mostrar ahora en Moscú X. Tres aspectos unen esta con su anterior novela, Estación Damasco. El primero es un olfato afinadísimo para escribir sobre lo más candente de la actualidad. El segundo, una capacidad para armar tramas complejas y adictivas. El tercero, Artemis Procter, el único personaje que repite en las dos historias, una jefa intermedia de la CIA, hija de un loco de la mitología griega, que exhibe una escopeta Mossberg de combate (y un bate de béisbol) en su despacho y los usa con desparpajo. Ella dirige ahora Moscú X, una unidad secreta de la Agencia que hace la guerra a los rusos con sus mismas armas. En este caso va a encargar a Sia Fox, agente infiltrada en un despacho de alto nivel en Londres, y al mexicano Max Castillo (colaborador, terrateniente y dueño de una de las mejores cuadras de caballos de carreras del mundo) una peligrosa misión. Se trata de un juego de espionaje y captación para reclutar y retorcer las voluntades de Vadim, uno de los banqueros de Putin, y su esposa Anna, capitana del espionaje ruso y niña rica de la oligarquía. El problema radica en que Anna es mucho más compleja de lo que parece y en que jugar con las armas del mal no es algo sencillo.RecomendacionesLa novela se desarrolla entre México y Rusia, con algún escenario secundario más, tiene acción y reflexión, y tira del lector con la fuerza de un transatlántico. No hace falta contar mucho más de la trama: es mejor que el lector descubra, que entre en el juego moral de Anna, que sufra con Sia, que avance hasta un final en el que, como ocurre siempre con los mejores libros del género, nadie gana. Hay una mezcla infalible, un equilibrio en las novelas de McCloskey entre la realidad más prosaica de la Agencia y las maravillas de una ficción que desarrolla tan bien como Charles Cumming ahora o Charles McCurry a principios de siglo. Él lo contaba así a EL PAÍS en una entrevista con motivo de la salida de Operación Damasco:“La Agencia tiene un gran talento para hacer cosas como localizar y matar a alguien en un lugar tan remoto como el Hindu Kush, pero también es una organización muy torpe, en la que puede ser imposible conseguir una grapadora, como a mí me ha pasado. Parece mentira que sea la misma organización, pero lo es. (…) Recolectamos información sobre objetivos de vital importancia en otros países y tratamos de convencer a gente para que nos entregue secretos de Estado. Escribimos los más altamente clasificados informes secretos para el presidente. Y por otro lado, sufrimos todos los problemas burocráticos que afligen a una gran organización (..). Para mí, las mejores historias de espías son las que mezclan estos dos aspectos”.Gabriel Allon, el mito del espía inmortalEs tan larga la vida de ficción de Allon, ha sido tan importante en el devenir de su país, Israel, a lo largo de las décadas, que uno diría que es eterno. Pero el espía también envejece y ahora está retirado, o eso pretende, viviendo a todo trapo en Venecia con su segunda esposa, Chiara, y sus hijos y dedicándose a su verdadera pasión: restaurar cuadros, actividad por la que es, también, reconocido mundialmente. Está en paz con su pasado, el que nos ha llevado por medio mundo durante 24 libros, ha matado y ha sufrido la muerte de gran parte de sus seres queridos en obras tensas y complejas como Moscow Rules o El espía inglés, La viuda negra o Casa de espías. Al amante de la novela de espías, la referencia en el titular al Cornualles de John Le Carré le podía parecer oportunista, pero el bueno de Allon ha buscado refugio en esta zona en cinco novelas, incluido el momento en que se evade del mundo tras el asesinato de su primera familia en Viena.Como pueden ver quienes acaban de llegar, todo muy excesivo, un personaje, y unas novelas, más grandes que la vida. Pero les invito a pasar un momento por este mundo, ahora en su otoño, y disfrutar de sus virtudes. En Muerte en Cornualles Allon se convierte en investigador tras un cuadro de Picasso expoliado por los nazis (de nuevo, totalmente de actualidad). El detonante es un asesino en serie —conocido como El leñador por su gusto por usar el hacha como arma homicida— que ha matado, o eso parece, a una prestigiosa académica que estaba tras el rastro del cuadro. A Allon le ha pedido ayuda Timothy Peel, un viejo amigo, el niño que compartió secretos con él en un pasado triste, convertido ahora en sargento de policía. No puede haber más nombres de marcas (de pistolas, vinos y champanes, disolventes, ropa, coches), y ciudades (Cannes, Londres, Ginebra, París, islas griegas, etc.) en esta novela espectáculo en la que el aspecto del espionaje queda más diluido. Le une a la anterior, eso sí, un aspecto común: el dinero que fluye por las alcantarillas, el que todo lo puede y todo lo corrompe es ruso. La conspiración en la que se ve implicado Allon es grandiosa y apunta directamente al centro de poder de Reino Unido. Nada le queda grande al superespía.El cebo para atraer al dueño ilegítimo de Picasso es Anna, coprotagonista de La violonchelista, una de las aventuras más flojas de la serie, que ha perdido parte de su fuerza en los últimos años. Esta novela, sin embargo, recupera cierto brío y entretiene mucho. En este contexto, rescatar de historias antiguas a la ladrona Ingrid es un acierto: es un personaje ligero, interesante, muy acorde con el espectáculo en el que nos sumerge la novela. También sale un asesino a sueldo muy particular, un personaje por el que siempre tuve simpatía y al que daba por desaparecido. El asunto del Picasso robado parece convencional, pero en la página 160 hay un giro que ensombrece y engrandece todo un poco. Y Allon tiene demasiado pasado como para que no regrese y dificulte su presente.Salvando las distancias, es como si Silva hubiera hecho el camino inverso a Le Carré, que situó a Smiley en A Murder of Quality (segunda de la serie), como investigador de lo que parecía un crimen pasional en una novela que es más un fantástico misterio de pueblo inglés que una historia de espías.


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