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Cómo las ‘celebrities’ raras y carismáticas han invadido definitivamente el negocio del vestir | Moda | S Moda

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Visto para sentencia: finalizada la primera gincana de la moda del año, esa sucesión de semanas de la alta costura y el prêt-à-porter más o menos lujoso, podemos concluir que la industria del vestir ha perdido definitivamente los papeles por la celebridad. Hasta la fecha los habíamos observado protagonizando campañas publicitarias y ocupando las primeras filas en los desfiles, genuinos campamentos de estrellas en los que el metro cuadrado de asiento se cotiza a precios de mercado inmobiliario (la estrategia actual consiste en apretar cuantos más famosos sea posible en la bancada, en lugar de ceder el espacio a una o dos magnas personalidades, todos haciendo product placement del artículo de temporada a promocionar), pero semejante reclamo ya se queda corto en tiempos de viralidad. El siguiente paso era, claro, hacerlos pasar por modelos. Una jugada que, aun siendo tan vieja como el propio negocio de la moda, alcanza hoy nuevas cotas con una inusitada vuelta de tuerca al culto de la personalidad, digamos, diferente.El diccionario —cualquier diccionario— la define como la capacidad especial de ciertas personas para atraer o fascinar. Un magnetismo que se entiende más allá del simple atractivo físico. Si resulta aplicable a los actuales ejemplos de celebridad es un debate que sigue sin poner de acuerdo a los estudiosos, en tanto que carisma y celebridad representan lógicas distintas e incluso contradictorias de distinción social, a pesar de que se entrelazan y coexisten de manera sustancial, de ahí que su interacción se lea ambigua, conflictiva y generadora de nuevas dinámicas sociales, a decir del sociólogo holandés Eric Hendriks, autor del ensayo Breaking Away from Charisma? The Celebrity Industry’s Contradictoring Connection to Charismatic Authority. Además, en una época tan mediatizada como la que vivimos, saturada por el capitalismo simbólico, esa propiedad carismática se relaciona antes con la mera imagen proyectada que con los verdaderos logros de la persona, por lo que el presunto carisma que se le atribuye a la mayoría de esos personajes ensalzados en redes sociales, incluso con fervor religioso, no es real.Stylist Kim Jones and Noomi Rapace.

Noomi Rapace y el director creativo Kim Jones.Bertrand Rindoff Petroff/Getty Images“Nuestra aproximación a las celebridades es muy distinta a la de otras firmas. Tiene que ser alguien con un significado personal para mí, con un ethos o un tipo de vibración alineados con lo que hacemos. A veces es solo cuestión de prestigio, pero también hay mucho de enganche emocional y espiritual”, concedía JW Anderson en The Hollywood Reporter cuando se supo que iba a diseñar el vestuario de Queer, la última película de Luca Guadagnino. El ex director creativo de Loewe (que a mediados de marzo dejó la firma tras 11 años en ella) explicaba que el italiano es el único cineasta con el que puede implicarse (ya lo había hecho en su anterior filme, Rivales) precisamente por esa autoritas que emana no solo de su obra, sino además de su persona. Anderson, que ha vestido a estrellazas como Zendaya y Beyoncé, se maneja como pocos en el negocio a la hora de bregar con la procelosa relación entre carisma y celebridad: es capaz de convocar en sus desfiles a los llamados novios de internet (Paul Mescal, Josh O’Connor, Andrew Garfield, Jamie Dornan, Drew Starkey, Enzo Vogrincic…). El diseñador norirlandés no hace otra cosa que reflejar su estrategia de comunicación en el espejo de Miuccia Prada.Tal es la autoridad de la veterana diseñadora italiana que todas sus empresas giran en torno a su propia personalidad. “Son su esencia, son su feminidad, son su humor, son su alegría. Son ella misma”, concedía en cierta ocasión Ashley Brokaw, directora de casting de Miu Miu, a propósito de los carismáticos atributos de sus firmas. Unas características que se leen asimismo en el tipo de celebridad femenina (y, por lo que respecta a Prada, también masculina) que suele abanderar, de Chloë Sevigny y Drew Barrymore a finales de los noventa a las actuales Emma Corrin, Sydney Sweeney, FKA Twigs o Stormi Reid, más que embajadoras de marca, genuinos alter egos. Hasta Jeff Goldblum, penúltimo famoso en hacer la pasarela del hombre Prada, podría considerase un trasunto de la signora. Que en su elección de personajes susceptibles de encarnar el magnetismo de sus diseños hay verdad y nada más que verdad lo demuestra, por otro lado, el hecho de poner a desfilar a las propias clientas de sus marcas, véase a la china Qin Huilan en la colección otoño-invierno 2024-2025 de Miu Miu. Ser amiga de la casa era esto, y no lo de las Kardashian.Drew Starkey y Daniel Craig en una escena de ‘Queer’, de Luca Guadagnino.Capital Pictures / Alamy Stock Photo / CORDON PRESSCon el espectro de los embajadores de marca convertido en un campo minado de relaciones/transacciones comerciales cimentadas en el poder volátil (esgrimir un Oscar no garantiza el contrato eterno, amiga date cuenta), la belleza efímera, la fama digital caprichosa y la demografía interesada (el aluvión de estrellas asiáticas, en especial chinas y surcoreanas, como activos del lujo no es más que estrategia económica), la apelación al carisma ayuda a desmarcarse y, sobre todo, a definir el marco comunicativo. Hay ejemplos de auténtico comisariado, como lo que hizo Alessandro Michele en Gucci y ahora en Valentino; Kim Jones, lo mismo en Dior Men que en Fendi, lo que hacía Demna en Balenciaga o Hedi Slimane allí por donde pasa. Pero el repentino desfile de personajes excepcionales fuera de guion al que estamos asistiendo no deja de sentirse como medida desesperada en muchos casos. El canto del cisne de Daniel Lee en Burberry, adoptando las personalidades de actores de carácter del calibre de Lesley Manville o Richard E. Grant en el desfile otoño-invierno 2025-2026, tiene bastante de eso, aunque el historial de la enseña británica en la materia no es desdeñable, que ha contado con Bryan Ferry, Rachel Weisz, M.I.A. o, más recientemente, Barry Keoghan y la monumental rapera Little Simz. En ese sentido, las apariciones de una Fiona Shaw en Simone Rocha o Tracee Ellis Ross en Marni, vistas en estas últimas semanas de la moda, resultan más oportunistas. Claro que, para imbuirse de carisma ahora mismo, nada como tirar de héroes del deporte. Los atletas, mejor con medalla, no solo arrastran multitudes en redes sociales, fuera de sus terrenos de juego, como ejemplos positivos asociados al sudor de la superación, es que, encima, con ellos hay menos probabilidades de que llegue el escándalo que con los sospechosos habituales del cine, la televisión o la música.


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