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Egon Schiele, una historia poco común de esplendor y desgracia | Cultura

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Gustav Klimt murió el 6 de febrero de 1918. En la soledad de la morgue del hospital general de Viena, en plena epidemia de gripe, Egon Schiele fue el responsable de velarlo y le inmortalizó dibujando su rostro sin vida. Buscó tres perfiles diferentes. Le costó reconocerlo, los celadores le habían afeitado la barba y le dejaron un extraño bigote. Un mes después, el Pabellón de la Secesión consagró su 49ª Exposición al conjunto de la obra de Schiele. Tenía 27 años y se encontraba en la cima de su carrera. Era el heredero.Más información“Su renombre se disparó”, dice Jane Kallir, tal vez la historiadora que mejor conoce su obra en el mundo del arte, autora de su catálogo razonado en 1990. Mira el retrato de Klimt y añade: “Recibió tanta correspondencia de seguidores, solicitudes de entrevistas y encargos de retratos que tuvo que contratar a una secretaria”. Al cabo de unos meses Schiele moría de gripe.Ha pasado un siglo pero su magnetismo sigue encendido. Ahora es el Leopold Museum, que lleva entregado al artista desde su fundación, quien le dedica una minuciosa exposición. Tiempos de cambio. Los últimos años de Egon Schiele: 1914-1918 (hasta el 13 de julio) reúne más de 130 obras de museos y colecciones privadas internaciones, junto con fotografías, cartas y material de archivo inédito, para desgranar su ascenso al trono del modernismo vienés.La muestra entrelaza aspectos biográficos y artísticos y pone el foco en dos aspectos centrales: uno doméstico, su matrimonio con Edith Harms, y otro mundial, la Gran Guerra. “Schiele elige literalmente a la chica de la puerta de al lado”, apunta Kallir, comisaria de la exposición, a propósito de una historia conocida: el artista abandonó a su pareja bohemia, Walburga Wally Neuzil, por una joven de familia acomodada. “Nunca tenemos el punto de vista de ellas y ahora sí, ahora habla Edith en su diario personal. Y lo que nos dice es que Egon la entendió como artista pero no como marido. Fue muy infeliz con él”.’Autorretrato en uniforme’ (1916), de Egon Schiele.Colección privada, cortesía de Richard Nagy Ltd., LondresEn realidad, Kallir siempre tuvo el punto de vista de Harms. Su abuelo, el galerista Otto Kallir (1894-1978), le compró el diario a la hermana de Edith Schiele en 1966. De raíces judías, había huido de Austria tras la anexión nazi y contagió en EE UU su devoción por el expresionismo centroeuropeo. Entre sus pertenencias, pudo transportar lienzos de Schiele, Klimt, Kokoschka y Kubin con los que fundó la galería St. Etienne en Nueva York. El diario hoy es propiedad del Kallir Research Institute y se reproduce íntegramente por primera vez en el catálogo de la exposición.Durante el estallido de la guerra en 1914, Schiele nunca manifestó fervor patriótico ni entusiasmo bélico, a diferencia de otros colegas —desde Kokoschka hasta Franz Marc y August Macke, por no hablar de pensadores como Ludwig Wittgenstein, que fue feliz en las trincheras para estupor de la tropa, o numerosos escritores, una miríada que incluye a Robert Musil, Stefan Zweig y Hugo von Hofmannsthal—. La exposición exhibe el único autorretrato que se conserva de Schiele como soldado. “Los uniformes le resultaban nauseabundos. Es un dibujo inusualmente realista”, dice Kerstin Jesse, también comisaria de la retrospectiva. “Nos mira con una expresión seria y escéptica, con el ceño fruncido y los ojos enmarcados en sombras oscuras. No hay rastro de las distorsiones expresionistas de sus obras previas. La guerra y los cambios en su situación personal tuvieron un impacto duradero en el artista. Afrontó nuevos retos que le obligaron a crecer plenamente”.Junto a su autorretrato despuntan los retratos de prisioneros de guerra rusos, del enemigo, al que humaniza con un estilo realista. Se ven las fotos en las que posa cogido amorosamente del brazo de sus camaradas de cuartel, una estampa poco habitual en Occidente y menos aún entre uniformados. La debilidad física del artista le libró de pasar los exámenes médicos para combatir en el frente, pero no de realizar el servicio militar en retaguardia. Cavó trincheras, escoltó a cautivos de guerra y sobre todo trabajó en la intendencia. El comandante Gustav Herrmann (se exhibe su retrato con el quepis y los ojos entornados), sensible al arte, habilitó un almacén como atelier para que siguiera pintando.’Soldado ruso’ (1916), de Egon Schiele.Belvedere, Viena/Johannes StollDe este periodo se exponen obras poco conocidas que desconciertan por su modernidad. El crayón del lienzo Muro de casa en Brixlegg (1917) podría encajar en las viñetas de una novela gráfica de Astiberri. También sus cuidados dibujos de las dependencias y los escritorios de los campos de prisioneros.Las comisarias han rastreado los planes inacabados y las confabulaciones del pintor. El éxito le animó a idear una Kunsthalle o gran salón de arte para revitalizar la anémica vida cultural vienesa. Escribe Schiele en su cuaderno de notas: “Un lugar de encuentro espiritual que ofrezca a pintores, escultores, arquitectos, músicos y poetas la oportunidad de conectar con una audiencia que, como ellos, esté preparada para combatir la creciente decadencia cultural”. Su proyecto más personal fue un mausoleo. Cuando se vislumbraba el derrumbe del Imperio austrohúngaro en la Gran Guerra, inició una serie de desnudos alegóricos sobre el ciclo de la vida con la intención de instalarlos en un panteón de nueva planta.Solo se puede especular con lo que pudo haber alcanzado y el camino que habría seguido pero, en opinión de Kallir, sus dibujos realistas se anticipan al movimiento artístico de la Nueva Objetividad de los años veinte. Con todo, su último óleo es de una marcada factura expresionista, Retrato del pintor Albert Paris von Gütersloh (1918).El cartel que diseñó en 1918 para su exitosa exposición en la Secesión se contempla confrontado con el bosquejo de la obra original que lo inspiró, el lienzo Los amigos (mesa redonda), que había terminado a comienzos de año. En la litografía hace mucho ruido una silla vacía, la que ocupaba su querido Gustav Klimt en el óleo antes de su repentina muerte.El museo también se aproxima al pintor desde el plano infrecuente de la ficción. Durante dos semanas a la exposición le acompañará la proyección en el auditorio de Un encuentro personal, producido por la cineasta Gerda Leopold, un mediometraje de 35 minutos de realidad virtual que permite interactuar —en inglés o alemán y con gafas digitales— con el personaje de Egon Schiele.“¿Tendré un hijo? He puesto el corazón y mi alma en ello”, se lee en la entrada que cierra el diario de Edith Schiele el 18 de abril de 1918. Murió de gripe el 28 de octubre, embarazada de seis meses. Schiele quiso honrarla como mejor sabía, con un delicado retrato de su rostro febril horas antes de su muerte, que se muestra al final de la exposición junto al que dibujó de Gustav Klimt. Fue su última obra. El pintor sucumbió tres días después. La muerte en Viena, en un contexto de epidemia viral, hambre y guerra mundial, era un lance habitual. El arte de Schiele, no.


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