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Claudio del Campo, el fotógrafo que retrató el alma de los pintores | Cultura

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Su cámara discreta supo colarse en los talleres y estudios de los artistas más cotizados de la escena sevillana de la pintura del siglo XX: Carmen Laffón -esquiva como pocos a las miradas ajenas-, Equipo 57, Jaime Burguillos o, su padre, el recordado pintor cordobés Santiago del Campo, pudieron documentar sus procesos creativos, abrir una ventana en la siempre celosa habitación propia del artista, gracias al trabajo silencioso y devocional del fotógrafo Claudio del Campo (Sevilla, 1958-2025), que ha fallecido este pasado jueves en Sevilla a los 67 años. Como lo definió el teórico y crítico de arte Juan Bosco Díaz-Urmeneta, también ya desaparecido, Del Campo fue durante toda su vida “un mensajero del arte”.Galerías, museos y ferias de arte nacionales e internacionales también confiaron durante décadas a Del Campo las imágenes para la confección de sus catálogos, sabedores del profundo respeto, la complicidad y la generación de atmósferas únicas que sólo él sabía aprehender del alma de los pintores de los que siempre se rodeó. Sin embargo, poco sabíamos de Claudio del Campo como autor imprescindible para conocer la pintura sevillana de la segunda mitad del siglo XX, hasta que el veterano galerista Rafael Ortiz -estrecho colaborador y amigo personal del fotógrafo- y la Universidad de Sevilla lo rescataron y reivindicaron como artista de pleno derecho en la recordada exposición Pintando la fotografía, que se inauguró en la capital andaluza en 2019. Fue aquí donde salió a la luz el talento, el celo y la verdadera dimensión, no sólo como documentalista, sino como creador de este fotógrafo criado de niño entre pinceles. Hijo de pintor -su padre Santiago, fallecido en 2015, es una de las figuras más relevantes de las vanguardias históricas de la pintura andaluza-, y hermano de la pintora Salomé del Campo, Claudio optó por la cámara de fotos cuando ésta era aún una herramienta analógica.Verdadero artesano de la fotografía, trabajó siempre intentando controlar todo el proceso –“antes de la llegada del mundo digital, la fotografía era más emocionante”, confesaba en una entrevista-. Díaz-Urmeneta lo recordaba igualmente por el laborioso utillaje con el que se presentaba en aquellos largos y pausados encuentros en los talleres de los pintores: “lámparas que él mismo seleccionaba, grandes telas para cubrir el espacio alrededor del cuadro y evitar reflejos contaminantes, cámaras y juegos de lentes elaborados por él mismo”, escribió en una crítica publicada en el periódico Diario de Sevilla.Para Rafael Ortiz, uno de los galeristas con mejor y más cuidada trayectoria de todo el país, Claudio del Campo no sólo deja un legado “como documentalista que fue de varias generaciones de pintores importantísimos”, sino como un creador per se, al que quizás le pudo la modestia de sentirse siempre al lado de los grandes y su “tendencia obsesiva hacia la perfección”: “Ha sido un gran artista”, apenas ha acertado a glosar para EL PAÍS en los momentos posteriores a la despedida del que también ha sido “un gran amigo de más de 40 años”.El Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, donde se fraguó la imagen como artista total, ha lamentado su fallecimiento, que supone la pérdida de un testigo imprescindible de la pintura sevillana, cuyas instantáneas “tienen la profundidad de las obras de un gran pintor clásico”, ha señalado en sus cuentas de redes sociales.


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