A su habitación en la cárcel de Guadalupe Victoria, un penal sitiado por una llanura de campos de cultivo a medio camino entre Durango y Torreón, Don Neto la llamaba “la celda olvidada”. En 2011, tras dos décadas en la prisión del Altiplano, los problemas de salud que acarreaban sus 81 años le granjearon el traslado. El viejo capo sinaloense pensaba que atrás quedarían los días de pasar hambre, desayunar un triste pedazo de nopal cada mañana, no conseguir los medicamentos para sus numerosos achaques. El cálculo salió mal y la directora de su nuevo hogar le prohibió salir al patio por temor a que lo agredieran otros presos. Su hija Esther protestaba: “Desde que ingresó no sabe si es de día o de noche, pues permanece sumido en la oscuridad. No lo dejan leer ni la Biblia”.Ernesto Fonseca Carrillo siempre hizo gala de la discreción de la vieja escuela. Dejó a sus socios, Miguel Ángel Félix Gallardo El Jefe de Jefes y Rafael Caro Quintero El Narco de Narcos, los otros fundadores del Cartel de Guadalajara, los sinaloenses que reescribieron las reglas del contrabando, acaparar los focos. En sus cuatro décadas en prisión no ha abierto la boca. El sábado pasado, purgada ya toda su pena, recuperó la libertad por primera vez desde abril de 1985. Entonces, sus últimos minutos como hombre libre los pasó en una mansión en la costa de Puerto Vallarta, propiedad del jefe de Seguridad de la ciudad jalisciense de Ameca. Ya olía que sus días estaban contados y se retiró a despedirse al Pacífico. Allí lo encontró el Ejército para ponerle las esposas por el secuestro y asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena y el piloto mexicano Alfredo Zavala. La libertad lo ha agarrado de vuelta a los 95 años en otra casa de lujo, esta vez a muchos kilómetros del mar, sobre un cerro de Atizapán de Zaragoza, en el Estado de México.Lo poco que se sabe de la vida de Don Neto lo conocemos gracias a sus hijas y a las investigaciones policiales. A su hija Esther la entrevistó Ricardo Ravelo en 2011 para la revista Proceso, poco después de haber logrado el traslado a Guadalupe. Ese año dictaron una sentencia en su contra de 40 años después de 26 de encierro sin condena. Para ese entonces el capo ya era un anciano enfermo que suplicaba clemencia al Estado mexicano. Esther se quejaba ante la grabadora de Ravelo de la mala salud de su padre y de cómo el penal no le permitía salir a operarse. Decía que era un hombre “muy trabajador y responsable”, que él negaba haber matado a Camarena y ella le creía, que solo era un ganadero al que el sistema penitenciario había privado incluso de los placeres más mundanos.Enrique ‘Kiki’ Camarena, agente de la DEA asesinado en México.DEAUna década atrás, Julio Scherer se cruzó con Fonseca Carrillo en el Altiplano. “Don Neto, el interno más antiguo y el hombre más viejo en Almoloya, ofrece la imagen del hombre que se está yendo. Sus ojos opacos se parecen a la voz desganada. Me mira y no sé si me mira”, escribió después el decano del periodismo mexicano. Scherer, que estaba en el penal entrevistando a algunos de sus presos más ilustres para su libro Máxima seguridad (2001, Aguilar), le pidió que conversaran. Don Neto respondió monosilábico:—No.A Scherer le salió una carambola. El capo sinaloense se negó, pero encontró a su hija Ofelia, encerrada también por narcotráfico. Ella le habló de un padre ausente al que, en sus años de libertad, veía una o dos veces al año, “en vacaciones”. Tuvieron más contacto cuando Fonseca Carrillo cayó en el Reclusorio Norte. “Le decía, riendo: ‘Ahora no me puede decir que no está o que está ocupado o que no quiere atenderme’. Él me decía, riendo también: ‘Ahora puedes venir cuando quieras’”, recordaba Ofelia.En ambas entrevistas, con 10 años de por medio, las dos mujeres pintaban a un hombre parco, distante, poco cariñoso —“ahora que estoy aquí, la vez que lo vi fue un abrazo sin el menor cariño lo que me dio”, se resignaba Ofelia. No abría la boca ni para quejarse. No le gustaba hablar de su vida y, como mucho, de tanto en tanto se le escapaba alguna anécdota de su juventud en la sierra de Sinaloa. Ravelo le preguntó a Esther:—¿Su padre les ha hablado de la muerte?—No, casi no habla de eso.Veterano antes del Cartel de GuadalajaraEsther negaba que la familia fuera rica, “nuestra vida es modesta”, y aseguraba que no habían heredado la fortuna que amasó su padre durante sus años de capo. En 2016, Fonseca Carrillo fue trasladado a la casa de un hermano para cumplir su sentencia en arresto domiciliario, una residencia de lujo en un fraccionamiento en Atizapán donde el precio medio de una vivienda supera el millón de dólares.A media hora de Ciudad de México, uno lo distingue de lejos: entre cerros pelados, la Hacienda de Valle Escondido está plagada de árboles como símbolo de estatus. Es uno de esos fraccionamientos con seguridad en la puerta donde cualquier visitante es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario y, sin una invitación de sus habitantes, no puedes pasar. La casa de Don Neto la custodian los federales.Puerta de entrada al municipio de Badiraguato.SAÚL RUIZFonseca Carrillo nació en 1930 en Santiago de los Caballeros, un pueblo en la sierra perteneciente al municipio de Badiraguato con más población en el cementerio que en la superficie. Badiraguato vio nacer a la generación de contrabandistas que cambiarían las reglas del negocio y cimentarían las leyes del narcotráfico moderno: además de Don Neto, Rafael Caro Quintero, Juan José Esparragoza El Azul, Joaquín El Chapo Guzmán o los hermanos Beltrán Leyva. El árbol genealógico del narcotráfico sinaloense tiene ramas cortas: Fonseca Carrillo es también tío de Amado y Vicente Carrillo, sinaloenses que con los años serían los líderes del Cartel de Juárez. Algunas versiones dicen que fue Don Neto quien los mandó al norte a ocuparse de la plaza.En el Triángulo Dorado —la sierra de Sinaloa, Durango y Chihuahua— siempre hubo cultivo de marihuana y amapola. Era el sustento de muchos ranchos. Y donde hay siembra, hay contrabando. Con 20 años, Don Neto ya se abría paso en el rudimentario negocio como mano derecha de Pedro Avilés, El León de la Sierra. Con los estragos de la Operación Cóndor, que llevó al Ejército a quemar cosechas enteras y encarcelar campesinos, los contrabandistas más jóvenes se mudaron a Guadalajara. Allí, Don Neto, Caro Quintero y Miguel Ángel Félix Gallardo fundarían lo que la historia conoció como el Cartel de Guadalajara.Modernizaron los procesos, establecieron lazos con los carteles colombianos para transportar su cocaína de Sudamérica a Estados Unidos, diversificaron inversiones y se convirtieron en respetables hombres negocios. Dejaron atrás el rancho y se colaron en la fiesta privada de la burguesía tapatía. Durante unos años, sus alianzas con políticos y policías de alto perfil los volvieron intocables. La DEA, la Administración de Control de Drogas estadounidense, les seguía los pasos.Un agente, Kiki Camarena, se infiltró en la organización. Descubrió El Búfalo, un rancho de miles de hectáreas en medio del desierto de Chihuahua con 8.000 toneladas sembradas de un nuevo tipo de marihuana. Las autoridades mexicanas lo sabían: es imposible que un cultivo de ese tamaño pase desapercibido, pero los sobornos del cartel engrasaban la maquinaria estatal. Con ayuda del piloto Alfredo Zavala, Camarena fotografió la plantación desde el aire. Ante la evidencia, tomada por un agente extranjero, el Gobierno tuvo que intervenir. El Ejército quemó la marihuana en noviembre de 1984.Menos de cuatro meses después, el Cartel de Guadalajara secuestró a Camarena y Zavala. Los torturó y mutiló salvajemente durante semanas. Un doctor los mantenía con vida para alargar el interrogatorio. Un mes después, arrojaron los cadáveres en una cuneta a 150 kilómetros de Guadalajara. Fue el clavo en su ataúd. Primero, cayó Quintero, al que la DEA considera el autor intelectual, en abril de 1985. Unos días después, Don Neto. En 1989, finalmente, Félix Gallardo. La organización se escindió y de sus filas brotaron otras, como el Cartel de Sinaloa.Miguel Ángel Félix Gallardo.TelemundoDon Neto tenía entonces 55 años y era mucho mayor que sus compañeros. Ya era un veterano cuando se asociaron. Cuando lo detuvieron por primera vez en Mexicali en 1955 por tráfico de goma de opio, Félix Gallardo no había cumplido los 10 años y Caro Quintero rondaba los tres. Ahora es el único de los tres libre. Félix Gallardo, en silla de ruedas, casi sordo y ciego de un ojo, agotará su condena en 2029 en México. Quintero, extraditado a Estados Unidos, consume sus días en un penal de Brooklyn con la incertidumbre de si la Fiscalía pedirá para él la pena de muerte.Aunque la presidenta, Claudia Sheinbaum, aseguró que no hay ninguna orden de extradición sobre la cabeza de Fonseca Carrillo, la DEA todavía lo mantiene en su lista de fugitivos. En su ficha, sobre una fotografía en un blanco y negro granuloso y opaco, se lee: “Armado y peligroso”. Parece algo desfasado. Don Neto, hoy, es un amasijo de enfermedades: ciego, sordo, superviviente de varios infartos, entre otra retahíla de achaques. Uno se pregunta si en su residencia de lujo tendrá la Biblia que le negaban en la cárcel. En el cementerio de Santiago de los Caballeros lo espera desde hace años un enorme mausoleo que mandó construir: una copia del Partenón de Atenas en una aldea del Triángulo Dorado.
Don Neto y la vieja guardia sinaloense que reinventó el narcotráfico en Guadalajara
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