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El bombardeo sistemático de Rusia sobre poblaciones civiles en Ucrania pone a prueba el diálogo con EE UU | Internacional

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Cunde la sensación en la sede presidencial ubicada en el centro de Kiev, la capital de Ucrania, de que la irritación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hacia su homólogo ruso, Vladímir Putin, es mayor de lo que parece. Porque la idea de establecer un alto el fuego en el frente ucranio fue del mandatario republicano. Cuando anunció, hace ahora dos meses, que había telefoneado a Putin y al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el plan era ese: negociaciones “inmediatas” para un alto el fuego. La cosa se dilató hasta la cita a dos bandas en Yeda (Arabia Saudí) el 11 de marzo entre estadounidenses y ucranios, por un lado, y rusos, por otro. Kiev aceptó una tregua de 30 días. Moscú, no. Y más de un mes después no parece que vaya a hacerlo, a tenor de las últimas masacres perpetradas contra la población civil en Krivói Rog y Sumi. Más de medio centenar de muertos en suelo de Ucrania en apenas diez días que amenazan con tensar el diálogo entre Washington y Moscú.Ya tras la muerte de una veintena de personas en Krivói Rog, nueve de ellas niños, el pasado 4 de abril, Trump hizo público su enfado contra el Kremlin. “Están bombardeando como locos”, dijo en una comparecencia pública desde la Casa Blanca, “no estoy contento con lo que está pasando”. Es previsible que tampoco lo esté tras las más de 30 víctimas mortales registradas por la caída de al menos dos misiles balísticos este domingo en Sumi, en el noreste ucranio, junto a la frontera rusa.Pocas horas antes de que tuviera lugar esta última matanza, el mandatario republicano, a bordo del avión presidencial, había afirmado lo siguiente sobre las conversaciones con Rusia: “Llega un punto en el que hay que aguantar o callarse. Ya veremos qué pasa, pero creo que va bien”.Las negociaciones en torno a la invasión a gran escala iniciada por Rusia el 24 de febrero de 2022 caminan por tres senderos diferentes. Uno es el que trata de sellar precisamente una tregua, con la mediación de Estados Unidos y su diálogo con las partes, como en la cita de Yeda de marzo. Otro es el que Washington ha trazado con Kiev, por un lado, para cerrar un acuerdo de explotación de minerales y otros recursos naturales ucranios, y con Moscú, por otro, para recuperar las relaciones tanto diplomáticas como comerciales entre las dos potencias. Todas estas vías están interconectadas y de ellas depende la vida de los civiles bajo fuego ruso.El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, ha manifestado en más de una ocasión qué es lo que quiere: un alto el fuego incondicional que podría tener validez para 30 días prorrogables. Ese cese de la violencia debería ser monitoreado por Estados Unidos, aunque en el terreno se abre la posibilidad de una fuerza internacional en la que participen varios países bajo el liderazgo de Francia y el Reino Unido —Kiev cuenta con la posible incorporación de aliados incluso de fuera de la OTAN— que garantice el cumplimiento del acuerdo de tregua.El primer paso se dio el 11 de marzo en Yeda. Washington propuso esos 30 días de pausa; Ucrania aceptó, pero Putin condicionó el pacto a que se cortara el suministro de armas extranjeras al bando ucranio y la movilización y entrenamiento de nuevos soldados. Un mes después, todo sigue igual.El segundo intento de tregua se firmó el pasado 25 de marzo, fecha en la que Moscú y Kiev se comprometieron, de nuevo con la mediación de Washington, a un cese de las hostilidades contra los sectores energéticos y en el mar Negro. Un pacto que comenzó con una gran confusión en torno a su entrada en vigor y que no se ha cumplido en la práctica. Unos y otros se culpan a diario de atacar las infraestructuras clave de la red eléctrica.El enviado ruso a EE UU, Kirill Dmitriev (izquierda), junto al encargo estadounidense del diálogo con Rusia, Steve Witkoff, este viernes en San Petersburgo.Associated Press/LaPresse (APN)Existe además otro obstáculo en estas conversaciones. La Administración Trump cuenta para ello con dos hombres con ideas diferentes. Por un lado está el general Keith Kellogg, enviado para Ucrania; por otro, el multimillonario Steve Witkoff, encargado de las relaciones con Moscú. Según ha informado la agencia Reuters, a principios de abril y en una reunión en la Casa Blanca, Witkoff trasladó al presidente que la forma más rápida de lograr el alto el fuego era dar a Rusia la propiedad de las cuatro provincias que reclama como suyas (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón). Kellogg se opuso abiertamente argumentando que si bien la sociedad ucrania podría aceptar ciertas cesiones, no lo haría sobre el total de esas cuatro regiones. Las tropas rusas no controlan en su totalidad ninguna de ellas.Witkoff mantuvo el pasado viernes en San Petersburgo una cita con Putin en la que, durante cuatro horas, hablaron sobre Ucrania. El encargado ruso de mantener el diálogo con Washington, Kirill Dmitriev, al frente de un notable fondo de inversión y con una larga etapa de formación en Estados Unidos, calificó como “productiva” la reunión. Precisamente Dmitriev viajó a principios de abril a Washington, donde mantuvo encuentros con miembros de la Administración Trump. Moscú no ha dado detalles del resultado de las conversaciones, pero el propio Dmitriev tildó de “constructivas” las reuniones en las que, según su versión, la presidencia estadounidense pudo comprender mejor “la posición rusa”.El enviado del Kremlin admitió en una entrevista con CNN que su cometido era relanzar las relaciones económicas entre los dos países y que en ningún caso ha reclamado a Estados Unidos el levantamiento de sanciones.Esa vía es quizá la que prospera a mejor ritmo, lejos sin duda de la negociación entre el Gobierno de Zelenski y el de Trump en torno a un posible acuerdo de explotación de los minerales ucranios. Este fin de semana se han desarrollado reuniones técnicas en Washington entre una delegación ucrania liderada por el viceministro de Economía, Taras Kachka, y otra norteamericana. Según ha aireado la prensa estadounidense, las posturas están muy lejos la una de la otra.En el último borrador, según la agencia Reuters, el equipo del presidente Trump, en el que el secretario del Tesoro, Scott Bessent, tiene especial influencia, ha regresado a posiciones de máximos: no habla de garantías de seguridad, como reclama Kiev, amplía el pacto a los recursos fósiles (petróleo y gas), reclama la devolución de toda la ayuda prestada en estos tres años de guerra y se arroga la capacidad de bloquear cualquier acuerdo con terceros. Ucrania y la Unión Europea firmaron ya en 2021 un memorándum de entendimiento para reforzar la cooperación en relación con los minerales y tierras raras.“El acuerdo que se está discutiendo, según los medios de comunicación, no aporta ningún beneficio real para Ucrania”, afirma en un correo Petro Oleschuk, doctor en Ciencias Políticas y experto del centro de análisis United Ukraine, “porque debe asumir nuevas deudas y transferir todas las industrias estratégicas al control de Estados Unidos, sin recibir nada a cambio”. Sobre la mesa, en la última propuesta estadounidense estaría incluso el control de uno de los gasoductos que pasan por Ucrania. “El propio acuerdo”, prosigue Oleschuk, “supone una amenaza potencial a la soberanía de Ucrania, puede ser inconstitucional y obstaculizar su adhesión a la UE”.Ese “nada a cambio” del que habla Oleschuk se refiere a la falta de garantías de seguridad. Washington considera que el mero hecho de tener un acuerdo de explotación de recursos y, por tanto, presencia en el país, ofrecería una suerte de escudo protector contra una posible futura agresión de Rusia. Como reveló a mediados de la pasada semana el presidente ucranio a un grupo de periodistas, en paralelo a las conversaciones sobre los minerales, él mismo, en la charla mantenida hace tres semanas con Trump, pidió el envío de una decena de sistemas de defensa antiaérea Patriot, los más preciados para interceptar ataques con misiles. El líder ucranio se ha manifestado incluso dispuesto a comprarlos, pero por el momento no ha recibido una repuesta positiva de su homólogo estadounidense.


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