El 16 de noviembre de 1959, Truman Capote leyó un artículo breve en The New York Times sobre el asesinato de una familia de granjeros en el pueblo de Holcomb (Kansas). Lo que presuntamente ocurrió justo después lo muestra el filme Truman Capote (2005) alrededor del minuto 5: el escritor llamó al director del New Yorker y le dijo que quería escribir sobre esa historia y luego viajó a Holcomb para documentarse. A sangre fría se publicó el 17 de enero de 1966. El 13 de enero de 1993, Emmanuel Carrère leyó un artículo de Libération sobre el crimen cometido pocos días antes por Jean-Claude Romand: mató a su mujer, a sus dos hijos y a sus padres. El sábado 16 una frase sobre Romand de una crónica memorable de la gran Florence Aubenas fue para Carrère la semilla del libro que revolucionó la ficción del siglo XXI: “Iba a perderse, solo, por los bosques del Jura”. El 31 de enero de 2000 se publicó El adversario. A finales de 2011, Luisgé Martín cenaba con unos amigos escritores, hablaron del caso José Bretón y dijo que querría escribir un libro sobre el asesinato de los dos niños cometido el 9 de octubre. El 26 de marzo de 2025 debería haberse publicado El odio.“Había pensado muchas veces en hacer ese viaje literario al corazón de un asesino como habían hecho antes Truman Capote o Emmanuel Carrère”, explica Martín en las primeras páginas. El miércoles 9 de abril, tras una cancelación mediática y el intento de prohibición del libro ya impreso, la editorial Anagrama —la misma de A sangre fría y El adversario— suspendió por tiempo indefinido su distribución. Por ahora, este es el final de un viaje éticamente arriesgado desde su punto de partida. La lección del caso Capote, substanciada por Carrère entre otros, podría haber ayudado a Martín para no descarrilar en su propósito. Porque el principal problema de El odio es literario.Más informaciónMartín, Carrère y Capote, como es bien sabido, establecieron relaciones con los asesinos para escribir sus true crimes. No era la intención inicial de Capote, pero el contacto con Dick Hickcock y Perry Smith tras su detención transformó su proyecto. Capote sabía que tenía entre manos una obra maestra (así lo afirmaba en sus cartas) porque creía que inventaba una nueva forma de narrar: una evolución del periodismo, la novela de no ficción. La relación con los criminales condicionó ese experimento porque su final solo podría escribirse tras la ejecución de las penas de muerte. “A partir de entonces”, escribió Carrère en marzo de 2006, “la historia narrada en A sangre fría y la historia de su redacción empiezan a divergir de un modo tan fascinante y se instaura una de las situaciones literarias más perversas que yo conozca”. El final del libro exigía la muerte de los victimarios para que el relato fuese completo.De izquierda a derecha, Truman Capote en 1976, Emmanuel Carrère en 2023 y Luisgé Martín este 2025. Alamy / CORDON PRESS / ÁLVARO GSi A sangre fría hubiese sido una pura ficción, si Capote no lo hubiese defendido como una novela de no ficción, probablemente no hubiese estado allí latente esa perversidad que le provocó tanta tensión moral. Una tensión tan presente en sus cartas como acaba de recordar Leila Guerriero en La dificultad del fantasma, escrito en la residencia literaria de la Costa Brava que en su día fue la casa donde Capote fue madurando poco a poco A sangre fría. Ese dilema, que de alguna manera destruyó la moral de Capote, no lo conocieron sus primeros lectores. Pero todo cambió a partir de 1988 al publicarse la biografía de Gerald Clarke —la obra que inspiró la película—. No era solo que A sangre fría dependiese de la muerte. Al profundizar en su relación con Perry Smith, Capote descubrió un hombre que, falto de amor familiar, le revelaba su propio lado oscuro.En el silenciamiento en el texto de todas esas capas de ambigüedad moral, Carrère advirtió una trampa ética que falseaba la medula del proyecto literario de Capote: aquel libro que se presentaba como totalmente fiel a la verdad no lo era, porque el narrador omnisciente ocultaba a un personaje clave en el desarrollo de la trama, Truman Capote. Esa información que se escamoteaba al lector era una trampa y contra ella Carrère descubrió que debía blindarse durante el largo proceso de redacción del clásico contemporáneo que es El adversario. Así puede escucharse en el notable documental Carrère, el escritor y el asesino de Camille Jouza que Filmin estrenará el 17 de abril. Así puede comprobarse si se leen las primeras piezas que en 1996 dedicó al caso —un perfil del asesino, una crónica del juicio, las dos reproducidas en Conviene tener un sitio a donde ir— y el libro de 2000. Durante esos cuatro años Carrère descubrió el estilo para legitimar ese viaje éticamente incierto: el uso de la primera persona, clave desde el primer párrafo, donde el hilo del asesino está cosido al de la investigación.Los actores Pere Arquillué (izquierda) y Carles Martínez en la obra ‘L’adversari’, una adaptación dirigida por Julio Manrique de la obra de Emmanuel Carrère, en el festival Temporada Alta de Girona en 2022.David Borrat (EFE)Que Carrère tenía entre manos un juego perverso lo supo por su análisis tan lúcido del caso Capote, pero también, por ejemplo, por lo que le dijo una periodista de tribunales el penúltimo día del juicio contra Romand. “Debe de estar encantando de que escribas un libro sobre él, ¿verdad? En el fondo ha hecho bien matando a su familia, todas sus plegarias han sido atendidas. Se habla de él, aparece en la tele, van a escribir su biografía y su historial de canonización va por buen camino. Es lo que yo llamo triunfar por todo lo alto. Un itinerario impecable. Yo digo: ‘Bravo”. Dicho con otras palabras: ¿en qué posición quedará el asesino después de haber sido contemplado por el escritor? ¿Cómo se transforma la opinión pública, más allá de la sentencia judicial, tras el juicio de la literatura?A pesar de la voluntad de preguntarse qué pensaba Romand cuando paseaba solo, año tras año, por los bosques del Jura, Carrère no redime al asesino porque preserva su relato de la trampa justificadora de la causalidad y se centra en el laberinto de la impostura. Esa es la clave: la distancia entre un narrador legitimado a través de la primera persona y el asesino que puede buscar en la relación con el autor la redención colectiva. Como mucho, el libro de Carrère transmite piedad, algo incluso más presente en la adaptación cinematográfica de Nicole Garcia (y en la banda sonora de Angelo Badalamenti para la película, con esas melodías que suenan a niebla angustiada). Mirar al asesino en su complejidad y resistir con piedad. Esa es su grandeza moral y por eso El adversario es uno de los 25 mejores libros del siglo XXI (según la reciente encuesta de Télérama). El odio, que se espejea en Carrère por su punto de vista e incluso por jugar con la variación de escenas parecidas, colapsa moralmente de principio a fin y ese es el principal problema de esta novela de no ficción.Incurre, para empezar, en la trampa de la causalidad. Los fracasos amorosos de adolescencia y juventud de Breton, que de alguna manera sufrió Romand también en la universidad con la que sería su esposa, se presentan implícitamente aquí como el origen de una conducta anómala que no le habrían permitido fundamentar una personalidad madura. Pero la realidad es que los fracasos son perfectamente convencionales. Otorgarles esa centralidad en la fundamentación de las bases psicológicas de Bretón es comprar su autorretrato, pero esa versión debería haber sido puesta en cuestión por Martín, porque un ejercicio literario de esta naturaleza exige una distancia en el juicio que aquí no está presente. Y no lo está por algo que vincula El odio, inquietantemente, a la perversidad de A sangre fría: el autor descubre o ratifica en el asesino su propio lado oscuro, el que conforma el imaginario de algunos de sus mejores libros anteriores.¿Por qué no fue capaz de distanciarse de Bretón e incluso de sí mismo? Por algo que debería estar en el relato y está silenciado. No la voz de la víctima que el libro iba a revictimizar: Ruth Ortiz. Tampoco la investigación omnicomprensiva que sí se propusieron tanto Capote como Carrère, y que aquí parece limitarse al análisis de un grafólogo de las cartas de José Bretón. Lo que falta es un diálogo crítico con la serie documental de tres capítulos Bretón. La mirada del diablo de José Ángel Bohollo. Canal Sur la estrenó en octubre de 2023, pocas semanas después Martín visitaba por primera vez a Bretón en la cárcel de Herrera de la Mancha. En el libro dice que por entonces ya tenía el manuscrito casi terminado, pero precisamente su análisis debería haberle advertido del error que iba a cometer y que está en la cita de Kafka que abre El odio: dejadez e impaciencia.La dejadez de no entender que Bretón le podía estar manipulando —porque era un artista de la manipulación, como se explica en el documental— y la impaciencia de no asumir el tiempo de digestión moral que es necesario para situarse frente a un asesino. La clave estaba en la carta que Bretón entregó en mano a Ruth Ortiz, que Luisgé Martín cita en el libro, sin saber lo que le dijo el psicólogo a Ortiz cuando la leyó: “Vaya psicópata de los cojones”.
El escritor ante el asesino: Capote, Carrère y Luisgé Martín | Babelia
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