EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.Confieso que, en más de una ocasión, he soñado qué haría si me ganara la lotería y, más allá de cumplir sueños inmediatos o banales, siempre termino pensando que dedicaría el dinero a apoyar soluciones de gran impacto para atender el cambio climático. Pero ni con todo el dinero de la lotería lograría mi cometido, en parte porque son los que sí tienen mucho dinero, los llamados “milmillonarios” o “ultrarricos” del mundo, quienes están profundizando las crisis ambientales globales, con la manera en la que perpetúan un modelo económico en el que las ganancias de sus empresas deben ser siempre mayores a las del año anterior, en el que promueven el hiperconsumismo, y en general, no toman en cuenta los límites de los recursos naturales, ni los impactos ambientales que derivan de su modus operandi.Vivimos en un momento de tremenda desigualdad, en la que el 1% de la población tiene el doble de dinero que el resto del mundo, mientras que el 47% es pobre. ¿Y esto qué tiene que ver con el cambio climático? Resulta ser que ese 1% de la población, con su estilo de vida y con la manera en la que invierten sus recursos, es responsable del 16% de las emisiones que generan el cambio climático, eso significa que emiten más gases contaminantes que todos los 650 millones de habitantes del subcontinente latinoamericano juntos.Hoy sabemos con absoluta claridad que la industria petrolera, la industria del gas y la industria del carbón son los principales contribuyentes al cambio climático, ¿y quiénes son sus principales inversionistas? Los milmillonarios, quienes invierten cerca del 40% de sus recursos en estas industrias, ¡y sin pagar impuestos! Los sistemas tributarios alrededor del mundo, en general, no tasan a los ricos, mucho menos a los ultrarricos. Se estima que las 3.000 personas más ricas del mundo pagan una tasa de sólo 0,3% de su riqueza.Esta desigualdad entre personas ultrarricas y el resto del planeta, puede también extrapolarse a las inequidades entre naciones desarrolladas y en desarrollo. Por ejemplo, necesitaríamos cinco planetas para satisfacer las necesidades humanas si todos tuviéramos el nivel de consumo de Estados Unidos, o más de tres con el modo de vida de Alemania o Francia. Por eso, no es coincidencia que las propuestas hechas por Brasil como presidencia de la Cumbre del G20 del año pasado para tributar a individuos ultrarricos hayan sido bloqueadas por países del Norte, en particular, Estados Unidos y Alemania. Tampoco es casualidad que Elon Musk, el hombre más rico del mundo, sea la mano derecha del capitalista y negacionista climático Donald Trump.En un momento en el que reina la desinformación, la injusticia económica y climática, y en el que los Estados, sobre todo los desarrollados, favorecen a los multimillonarios y a las empresas transnacionales que siguen pugnando por sistemas de consumo imparable, toca pensar en qué lado de la historia nos queremos colocar.Hoy los grandes inversionistas de la industria de los combustibles fósiles reciben ganancias anuales que se sitúan en los 4 billones de dólares y tienen un valor de mercado por arriba de los 6 billones de dólares. Frente a esa cantidad de recursos, el objetivo de financiamiento climático de 300.000 millones de dólares anuales, adoptado el año pasado en Bakú, palidece de insuficiencia para contrarrestar las inversiones fósiles y atender los impactos negativos del cambio climático.Además, con todo ese dinero en ganancias, estos grandes inversionistas se han dedicado, con dolo y alevosía, a hacernos creer que no son tan contaminantes, a tratar de callar al movimiento climático e incluso a manipular información para pretender que las soluciones climáticas son más problemáticas que el origen del problema mismo.Pero se equivocan en algo: el cambio climático y demás crisis ambientales son ya irreversibles, y no habrá cantidad de recursos que detenga los impactos catastróficos que les afectarán personalmente, a sus familias, a sus trabajadores, a sus empresas, a sus ganancias, a sus perspectivas de crecimiento.No sólo eso, las señales del mercado nos dicen que la revolución tecnológica de la descarbonización está en marcha, que en los siguientes años y décadas la energía que moverá al mundo dejará de ser fósil y se convertirá en renovable, y estas industrias, sus inversionistas, y estas personas en lo individual, irán quedando en la balanza negativa de los activos varados, es decir, su valor y el de esta industria, sólo tiende a disminuir en el tiempo.Así las cosas, a nosotros como consumidores nos toca usar el poder de la información y transformarlo en el poder de la demanda de bienes y servicios que no estén atados a la inequidad ni a la debacle ambiental, y denunciar y enfrentar la injusticia del sistema. Como dijo recientemente el director ejecutivo de Greenpeace Internacional tras la multa millonaria que intentan imponerles: “the future will not be written by billionaire bullies”. Algo así como: “El futuro no estará escrito por billonarios matones”.Alejandra López Carbajal es directora de diplomacia climática en Transforma.
El rol de los ultrarricos en el cambio climático | América Futura
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