El caso del cardenal italiano Angelo Becciu, como se preveía, empieza a complicarse. El Papa le despojó en 2020 de las prerrogativas de su cargo, entre ellas participar en el cónclave, tras ser acusado de fraude financiero y condenado luego a cinco años y medio de cárcel por un tribunal vaticano, pero él está empeñado en entrar en la Capilla Sixtina. Alegaba que en realidad no hay ningún papel que lo diga, cosa que era cierta, pues el Vaticano solo emitió en su día un comunicado de prensa sin valor canónico, y además Becciu recurrió la sentencia y el proceso aún no ha terminado. Pero el conflicto ya adquiere tintes de película de intrigas vaticanas porque la prensa italiana ha revelado este viernes detalles de la discusión que ya se ha entablado en las congregaciones generales, la asamblea diaria que mantienen los purpurados para preparar el cónclave. Becciu se plantó en las reuniones desde el primer día, el mismo lunes de la muerte del Papa, y empezó el lío, que en la jornada de ayer jueves tuvo su catarsis con varios giros de guion: el Papa sí habría establecido, de palabra y por escrito, que el purpurado sardo se quedara fuera de la elección. Es decir, ha aparecido un papelito, mejor dicho, dos. Este conflicto ilustra bien, precisamente, la herencia de algo que se le reprochaba a Francisco: tomar decisiones con impulsividad y falta de rigor canónico. “El Papa hizo una chapuza”, señala a EL PAÍS el historiador Alberto Melloni, experto en historia de los cónclaves.En un principio, según ha revelado Giovanni Maria Vian, exdirector del Osservatore Romano y bien informado, en el diario Domani, el decano de los cardenales, una de las dos autoridades durante la sede vacante y que dirige las asambleas, decidió que Becciu podría entrar en el cónclave porque él no tenía nada por escrito que lo impidiera. Además, el cardenal rebelde está contando que no había “ninguna voluntad explícita” de excluirle del cónclave, que el Papa ya le había perdonado y en enero, antes de ser ingresado, le había dicho: “Creo que he encontrado la solución”. Pero no le manifestó cuál era ni sabe si había dejado disposiciones al efecto. Sin embargo, el decano, Giovanni Battista Re, de 91 años, anunció este jueves en la reunión que había cambiado de idea. Además, hubo un momento cómico, señalan a este diario fuentes conocedoras de lo ocurrido en la sesión, porque Re empezó a despotricar contra Becciu sin darse cuenta de que en realidad estaba por allí sentado, pensaba que no había ido, hasta que levantó la mano. Es una sala parecida a un cine y ya había 133 cardenales, bastante gente.¿Qué llevó al decano a cambiar de postura? Según Vian, el cardenal camarlengo, Kevin Farrell, que es la otra autoridad en este periodo, le llamó aparte y le confió que el Papa, antes de morir, le había ordenado que Becciu no entrara en el cónclave. Pero solo verbalmente. La verdad es que escenas parecidas aparecen en la película Cónclave. El decano se lo comunicó entonces al cardenal díscolo, que siguió en sus trece porque seguía sin haber papeles. Pero en la reunión del jueves, nueva sorpresa, según la reconstrucción de Domani: el secretario de Estado y uno de los grandes favoritos a la elección, Pietro Parolin, sacó dos documentos que le había dejado Francisco, donde ya lo confirmaba por escrito. Firmados con la F, inicial del Pontífice, uno está fechado en 2023 y el otro el pasado mes de marzo, por lo que fue probablemente redactado en el hospital, cuando Bergoglio ya estaba muy enfermo.Se trata de una escena densa de significados, porque Becciu, hasta que fue defenestrado, era uno de los grandes papables. Y además trabajaba codo con codo con Parolin; era su mano derecha, el número tres de la Santa Sede, el sustituto de la secretaría de Estado. Es decir, la situación creada tiene el desagradable efecto de que ahora parezca que su anterior jefe, y candidato claro, maniobra contra un posible competidor.Becciu era algo así como el ministro del Interior del Vaticano, una figura poderosa. De hecho, gestionaba fondos reservados y de ahí surgió el escándalo que acabó con él: la extraña compra de un edificio de lujo en el centro de Londres, plagada de pufos y personajes poco de fiar que timaban al Vaticano, que abrió un agujero de 139 millones de euros en las ya maltrechas cuentas de la Santa Sede. Y menos mal que se frustró el negocio que se había planteado antes: invertir en una planta petrolífera en Angola. Por no hablar de que el dinero del rescate de una monja secuestrada en Mali acabó en compras de lujo de una amiga de Becciu, que se hacía pasar por agente secreta. Memorable la síntesis de un perito en el juicio posterior: “Los millones en el Vaticano volaban como si fueran cromos de Panini”. Cuando todo esto llegó a oídos del Papa, en 2020, le llamó al despacho enfurecido y lo echó en el acto, momento no precisamente gestionado en frío y con habilidad curial del que nace todo el problema actual. No está claro qué pasará ahora. Consultado por EL PAÍS, Becciu ha declinado de momento la invitación a hablar. Ante las preguntas de los periodistas, la sala de prensa del Vaticano se las ha ido arreglando, respondiendo que el cardenal tiene derecho a asistir a las congregaciones generales como todos los demás, un total de 232, y que lo demás se verá antes del cónclave. La asamblea podría decidirlo en votación más adelante, cuando más purpurados hayan llegado a Roma, pues se trata de una decisión delicada. De hecho, en el futuro alguien podría cuestionar la elección del Papa si hay defectos formales en el proceso de elección. Becciu le dijo que “serán mis hermanos cardenales los que decidan”, comentó Becciu a la agencia Reuters, que habló con él la noche del jueves.PrecedentesEl historiador Alberto Melloni, que acaba de publicar en Italia el libro El Cónclave y la Elección del Papa, cita un precedente en 1929, cuando Pío XII echó al cardenal francés Louis Billot por apoyar al partido de extrema derecha Action Française, y le exigió formalmente que le devolviera la birreta púrpura. “Así desapareció de entre los cardenales”, explica. Sobre el caso Becciu, hasta ahora solo es público “un comunicado de prensa donde se dice que se le retiran los derechos y las prerrogativas de los cardenales, pero votar es también una obligación del cardenal, no solo un derecho, y cesado el derecho, la obligación permanece”. La situación es confusa, señala el experto, porque “si el Papa le quería apartar como cardenal podía hacerlo, pero no lo ha hecho”. “Es una de las cosas que forman parte del malestar institucional por las que se le critica”, apunta. Además, el Papa fue ambiguo posteriormente, porque le permitió asistir al último consistorio, la ceremonia de nombramiento de cardenales, pero en la lista oficial de electores del cónclave sigue sin aparecer.Hay otro caso similar, revelado por EL PAÍS, el pasado mes de enero: el del cardenal peruano Juan Luis Cipriani, arzobispo emérito de Lima y el primer purpurado del Opus Dei. Francisco forzó su retirada en 2019, cuando cumplió 75 años, edad en que los obispos deben presentar obligatoriamente su renuncia, aunque normalmente suelen seguir unos años más. En su momento no se dieron explicaciones, pero en realidad se debió a que había una acusación de abuso de menores en su contra. Francisco encargó una investigación interna, dio credibilidad a las denuncias y castigó a Cipriani con el exilio, no vestir hábitos cardenalicios y la prohibición de asistir a un hipotético cónclave. El cardenal ya ha cumplido 80 años y, por tanto, la cuestión ya no se plantea, pero este veto era secreto. En caso de cónclave, alguien habría tenido que sacar otro papelito.
Giro de guion en el caso del cardenal Becciu, empeñado en entrar en el cónclave: el Papa Francisco ordenó antes de morir que no le dejaran | Internacional
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