Como buen empresario antes que político, Donald Trump ha logrado ponerle precio incluso a un intangible: la libertad académica. Más de 2.200 millones de dólares [unos 1.930 millones de euros] le ha costado de momento a Harvard oponerse al intento de la Administración republicana de disciplinarla, amordazando opiniones incómodas, como las críticas a Israel o las políticas de diversidad que favorecen a las minorías. Del total de 9.000 millones de fondos federales que recibe, la cancelada es una partida vital para sufragar becas y programas de investigación médica, e incluso hospitales en manos de profesionales formados en sus aulas. Harvard, sostienen muchos, es la única de las universidades en el punto de mira de la Casa Blanca que puede permitirse resistir, porque es la más rica (más de 50.000 millones de fondo de reserva patrimonial) y la más antigua (338 años) del país; el alma máter de ocho presidentes de EE UU. Pero en la extorsión de Washington está en juego no solo el futuro de una de las universidades más prestigiosas del mundo —y por ende, el del resto de las amenazadas—, sino la propia libertad: la que conforman, a veces precariamente, como ahora, las ideas.“Lo que está pasando en Harvard, en Columbia y otras universidades no tiene precedentes en la historia de EE UU. Lo que busca el Gobierno es la subordinación, el sometimiento, y eso es terrible y hay que resistirse. Estoy muy contento de que la Universidad de Harvard y la Universidad de Princeton y otras más [como Stanford y Yale, que apoyaron el martes el plante], lo hagan. Me alegra mucho que los responsables de la educación superior parezcan estar uniéndose con más fuerza en la defensa de la autonomía educativa y la libertad académica”, dice Kendall Kennedy, profesor de Derecho y codirector del Consejo de Libertad Académica de Harvard, una suerte de sanctasanctórum de la institución, que el miércoles registraba una actividad a medio gas, en parte por los días festivos, pero también, y sobre todo, por el recelo a cualquier exposición mediática.La carta con que el rector Alan Garber respondió el lunes a las demandas del Gobierno ha marcado un hito en la relación entre ambas partes, puede que un punto de inflexión o quién sabe si un canto del cisne académico. Tras el rechazo, Washington anunció el citado recorte de fondos y el fin de la exención fiscal de la institución, así como su intención de prohibir el acceso de estudiantes extranjeros si la universidad no le proporciona sus datos. “Es un privilegio que estudiantes extranjeros asistan a la Universidad de Harvard, no una garantía”, escribió el miércoles la secretaria de Seguridad Interior, Kristi Noem, acusando a la entidad de crear “un ambiente de aprendizaje hostil” para los estudiantes judíos.La escalada hace difícil imaginar cómo acabará el pulso. “Veremos, aún es muy pronto y estamos en un momento muy peligroso”, insiste Kennedy. “Esta Administración obviamente va a continuar con su ataque. Me alegro de lo que ha hecho el rector Garber, pero es muy pronto y no sabemos qué va a pasar. Las fuerzas desplegadas contra las universidades son muy poderosas y todavía estamos en un momento muy peligroso que, de hecho, va a continuar durante un tiempo considerable… Esto no va a terminar mañana, ni la semana que viene, ni el mes siguiente, ni siquiera el año próximo. Esta pelea durará bastante”.El episodio de Harvard es el punto culminante, por ahora, de la ofensiva a sangre y fuego de los republicanos contra las universidades de élite desde que los campus empezaron a hervir de protestas contra la guerra de Gaza, en octubre de 2023, pero que había comenzado mucho antes, una guerra cultural primero larvada y hoy exacerbada. David Pozen, profesor de Derecho de Columbia, pone las luces largas para explicar el conflicto. “Vista en retrospectiva, esta escalada era predecible. El vicepresidente [J. D.] Vance pronunció un discurso en 2021 titulado Las universidades son el enemigo. El Proyecto Esther de la Fundación Heritage [el disco duro del trumpismo] aboga por el uso de tácticas antiterroristas para ‘perturbar y degradar’ el activismo estudiantil en nombre de la lucha contra el antisemitismo. Aun así, la velocidad y la escala de los esfuerzos del presidente Trump para derribar la educación superior han sorprendido a muchos”, subraya el constitucionalista.Estudiantes y otros miembros de la Universidad de Harvard, durante una concentración por la libertad académica en el campus, el 17 de abril. APTras el rechazo de Harvard, la universidad donde da clases Pozen pareció cobrar ánimos para oponerse también a las demandas de Washington, ante las que claudicó a finales de marzo aunque la negociación continúa. Menos de 12 horas después de Garber, la rectora en funciones de Columbia —la crisis de los campus ha arrollado a sus dos predecesoras— prometió rechazar cualquier acuerdo que erosione su independencia. El Gobierno había amenazado previamente con poner a la institución bajo supervisión judicial si no cede a sus exigencias, entre otras, endurecer las normas que regulan las protestas, que guardas de seguridad privados del campus puedan detener a estudiantes molestos o una auditoría externa sobre departamentos ideológicamente sensibles, como el de Estudios de Oriente Próximo.La pregunta no es, para la mayoría de las universidades, si oponerse o no a las exigencias de Washington, que se resumen en dos: el combate a muerte del supuesto antisemitismo y el borrado de los criterios de diversidad, equidad e inclusión, la discriminación positiva a la que la Casa Blanca contrapone la admisión de los estudiantes por mérito. La verdadera cuestión es qué vendrá después, o, más aún, quién tendrá la última palabra. Beth, vecina de Cambridge, la localidad de 120.000 habitantes que acoge los campus de Harvard y el MIT, es profesora de la Universidad de Boston, también privada, y suele empezar su jornada con un buen paseo por el coqueto campus de Harvard. Este miércoles, en una mañana soleada pero fría como los ánimos de estudiantes y profesores, con el campus invadido por familias que visitaban a los jóvenes y un ambiente entre festivo y suspenso, aplaudía la decisión de Garber, que sustituyó a la rectora dimitida en enero de 2024 por la presión de donantes y alumnos judíos. “Por fin ha reaccionado, esta universidad ha callado demasiado tiempo y permitido incluso el sacrificio de la rectora [Claudine] Gay, lo que envalentonó a los críticos. Todas han cedido demasiado. Garber ha tardado, pero tenía que hacerlo, porque es imposible tragar más. Me ha sorprendido, la verdad, pensé que iba a seguir de perfil. Columbia, donde me licencié, ha dado un penoso espectáculo al asumir las demandas de la Administración. Pero Harvard se juega su reputación de faro académico, así que el rector no tenía otra opción que plantarse”, explica la mujer. Y su campus ¿cómo respira? “Ni respira, no se mueve ni una mosca, por miedo”, dice, encogiéndose de hombros.Revocar el estatus libre de impuestos de las universidades rebeldes, en las que Trump ve “una enfermedad inspirada por motivos políticos, ideológicos y terroristas”, una dolencia en la que caben el supuesto antisemitismo y el ideario woke, es una pretensión difícil de llevar a la práctica. Según la legislación, la mayoría de las universidades están exentas del impuesto federal sobre la renta porque se considera que “funcionan exclusivamente” con fines educativos públicos (aunque sean instituciones privadas). En opinión del profesor Pozen, “Trump no tiene autoridad para revocar la exención fiscal de Harvard. El Código de Rentas Internas ha eximido durante mucho tiempo a instituciones educativas como esta del pago de impuestos federales sobre la renta, y solo el Congreso puede cambiarlo”. La pretensión de Washington, subraya, “es solo la enésima amenaza anárquica de una Administración anárquica”.Steven Levitsky, profesor de Harvard, coincide en ese planteamiento. “Esto forma parte de un asalto autoritario contra las instituciones de nuestro país. En las democracias, las universidades no son atacadas por el Gobierno”, declaró esta semana a la CNN. Estudioso de las dictaduras y coautor del libro Cómo mueren las democracias, fue el promotor de una carta, firmada por 800 colegas del claustro, pidiendo a Harvard que se defendiera, a sí misma y a la libertad académica, mediante “una oposición coordinada a estos ataques antidemocráticos”. Tras difundirse la carta de Levitsky, que es judío y considera que el supuesto antisemitismo de los campus es solo un pretexto para amordazarlos, llegó el plante de Garber.En su castigo a Harvard, cuajada esta primavera de escuálidos cerezos y gigantescas magnolias vencidas por el peso de sus flores, la Administración republicana se ha saltado requisitos, como la celebración de una audiencia para determinar si verdaderamente, como aduce, la universidad violó el título 6 de la Ley de Derechos Civiles, que prohíbe la discriminación. Congelar los dos millardos a Harvard le ha salido gratis, sin aportar pruebas de irregularidades. En su cruzada contra lo que denomina antisemitismo en el campus —a menudo, simples eslóganes en favor del alto el fuego en Gaza o de la población palestina—, impera la misma ausencia de pruebas: los estudiantes detenidos por su participación en las protestas del año pasado son acusados, sin más, de alinearse con los terroristas de Hamás o Hezbolá. El Departamento de Educación ha abierto investigaciones con este pretexto a más de 60 facultades y universidades, mientras el Estado escruta la huella digital de alumnos sospechosos y ha abierto la veda para la caza y deportación de activistas. Al menos 1.024 estudiantes de 160 facultades han visto revocados o finalizados sus visados desde finales de marzo.Hann, estudiante de Tecnologías de la Información, resume el ambiente, a medio camino entre el miedo y la euforia, que el plante del rector ha proyectado sobre el campus: un alivio, aunque detrás se sienta el aliento del Gobierno en la nuca. Es de los pocos estudiantes y profesores que acceden a hablar, pues la mayoría de los abordados (una cortés profesora de Química, otra ríspida que aparca su bicicleta junto al Centro de Ciencia; una docena de estudiantes fugaces) se niegan a pronunciarse, al igual que otra docena de docentes contactados por teléfono o correo electrónico. “Entiendo que individualmente muchos no quieran hablar, porque hay miedo y ansiedad, sobre todo entre los estudiantes extranjeros, que dependen de un visado. Pero colectivamente, como comunidad, la carta de Garber nos ha hecho más fuertes, nos ha empoderado, y la mayoría nos sentimos orgullosos de esta universidad, ahora de una manera inequívoca. Nos vemos respaldados. Harvard es más fuerte ahora, unida”, cuenta la joven. A su lado, un estudiante de rasgos orientales niega con la cabeza y objeta que en algún momento “ambas partes tendrán que empezar a hablar, porque ni las demandas del Gobierno están claras, ni tampoco lo que ha hecho Harvard para corregir aquello de lo que se le acusa”, es decir, tolerar el supuesto antisemitismo en el campus.El profesor Kennedy coincide con el sentimiento de orgullo de la joven Hann, no en balde Harvard es la primera gran institución del país que planta cara abiertamente a la Administración republicana, pese a que en la línea de tiro de la Casa Blanca, sometidos a coacciones y amenazas, se han visto también grandes firmas de abogados, medios de comunicación e incluso jueces federales. “El lunes estaba en mi oficina cuando recibí el correo electrónico [de Garber]. Sabía que iba a ser sobre la respuesta de la universidad y lo empecé a leer con una tremenda ansiedad, porque no sabía lo que iba a decir. Pero cuando vi esa frase que dice: ‘Básicamente, no vamos a acceder a las demandas del Gobierno´, grité de alivio. La moral de esta universidad subió enormemente. Creo que hay mucha gente aquí que se siente tremendamente solidaria con Garber y que va a hacer todo lo que pueda para proteger la libertad académica”, cuenta Kennedy, “pero insisto en que habrá que librar una tremenda batalla”.Un estudiante con la bandera palestina en su birrete, durante un acto en la Universidad de Harvard, el 23 de mayo de 2024. Associated Press/LaPresse (APN)Con las espadas en alto, resulta difícil imaginar cuál será el siguiente movimiento, si un armisticio o la guillotina, porque, además, la propia velocidad de los acontecimientos añade dimensión al conflicto. El periodista y escritor Peter Beinart, judío muy crítico con la ofensiva militar israelí en Gaza, contaba el miércoles en una llamada por Zoom que recientemente fue invitado a presentar su último libro (Being Jewish After the Destruction of Gaza, Ser judío tras la destrucción de Gaza) en la facultad de Teología de Harvard, en el marco de un programa llamado Iniciativa de Religión, Conflicto y Paz. “Sucedió algo extraño, entre el momento en que me invitaron y el momento en que di la charla, el programa fue cancelado, y el fantástico profesor que me invitó no seguirá en su puesto. Fue el resultado de la presión de la Administración de Trump y de los donantes y elementos de la comunidad judía estadounidense que afirman que este programa es parcial y unilateral, que se centra mucho en Israel y Palestina”.Para Beinart, es el argumento vicioso que se utilizará “para destruir programas académicos o tomar el control de las universidades por parte de la Administración, por otras fuerzas que quieren empujarlas hacia la derecha”. La contradicción con mayúsculas: censurar opiniones para que las universidades tengan, como demanda la Administración, “más diversidad de puntos de vista”.Beth recuerda cómo, en la reciente protesta en apoyo de Harvard de los vecinos de Cambridge, pegado a Boston, participaron a título personal y discretamente muchos profesores del claustro. “El alcalde se sumó a la protesta, también varios colegas de Harvard, obviamente fuera del recinto del campus, una concentración así en su interior sería munición para el Gobierno”. En un aparte, en una librería de la ciudad, uno de esos colegas, amparado en el anonimato —rehúsa decir su nombre y la especialidad que enseña—, no se ahorra calificativos para la ofensiva republicana. “Es puro fascismo, parece mentira que no hayamos aprendido de la historia. O incluso de la actualidad, de lo que está pasando en Hungría, Italia o la India: tendencias dictatoriales, que arrasan toda disidencia a su paso. Eso es lo que nos espera si no plantamos cara a las amenazas, al chantaje más vil que pueda imaginarse, porque compromete el futuro de nuestros estudiantes y, por tanto, el propio futuro del país”.Tras meses, casi año y medio, de completo silencio, el frente del rechazo académico a la Casa Blanca cobra fuerza. Harvard ha dado el primer paso, pero rectores de otras universidades también se están manifestando frente al rodillo implacable de Trump. “El de Princeton ha dejado claro que su universidad está dispuesta a enfrentarse a la Administración. El presidente de la Wesleyana ha sido muy franco en su defensa de la autonomía académica y en sus críticas a la Administración. Harvard no está sola. Pero es distinta. Es la universidad más conocida, la más rica, y si pretende prevalecer sola, va a fracasar. No podemos hacerlo solos, vamos a necesitar aliados”, concluye Kennedy.El profesor anónimo apunta a un imponderable que la Administración no parece haber tenido en cuenta a la hora de cancelar programas de investigación. “Ellos también, los republicanos, enferman de cáncer y alzhéimer, y quieren como es lógico los mejores cuidados y atención médica. No se dan cuenta de que el recorte [de fondos] hipoteca su propia salud y la de los suyos”. La congelación de subvenciones y ayudas tendrá un impacto extraordinario en la escuela de Salud Pública. Este año fiscal, aproximadamente el 46% de su presupuesto provenía de fondos federales para investigación.Al día siguiente de plantarse el rector, una destacada investigadora recibió un correo del Gobierno instándola a abandonar su trabajo sobre la tuberculosis, al cancelarse el contrato de 60 millones que involucraba a más de una docena de laboratorios de otras facultades. “La colaboración [financiera] con el Gobierno federal ha impulsado descubrimientos que han salvado decenas de millones de vidas en todo el mundo”, lamentó en un comunicado el decano de la escuela. Un profesor de Medicina especialista en ELA, que investigaba sobre el diagnóstico temprano de la enfermedad, ha perdido también su subvención anual. “Esta cancelación costará vidas”, dijo a la CNN. Aquel siniestro “muera la inteligencia” de José Millán Astray en la Universidad de Salamanca resuena hoy, como una enmienda a la totalidad —mueran el conocimiento, la cultura, la ciencia y las ideas—, en la América cada vez más trastornada de Donald Trump.
Harvard planta cara a Trump: “Habrá que librar una gran batalla para defender la libertad académica” | Internacional
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