Ninguno de los insultos lanzados contra la ministra Pilar Alegría tendría efecto sobre un político hombre. Si a un hombre le dijeran “puto”, “cada vez que veo tus labios pienso lo mismo”, “tienes llagas de chupárselo a una compañera”, “histérico”, “brujo”, “comecoños”, “eres ministro por callar y ponerte de rodillas”… No solo no se vería cuestionado del modo que lo hace una mujer, sino que podría presumir de macho ante sí y ante muchos otros hombres que lo verían como un “puto amo” que va por la vida de conquista en conquista. Y por supuesto, nadie recogería esos insultos para hacer campaña con la crítica y las circunstancias que dan lugar a los insultos, aunque no los mencione directamente, como sí ha hecho el PP y muchos medios con la ministra Pilar Alegría.A las mujeres se las insulta con el sexo por dos motivos. En primer lugar, por estar en el lugar que les corresponde a los hombres. Es la idea de que si estuvieran en su casa haciendo lo que como mujeres deberían hacer, no les pasarían estas cosas. De manera que cada insulto es una forma de decirle, “vete de aquí y regresa a tu sitio”. Y en segundo lugar, porque el insulto sexual sitúa el ataque en su condición de mujer, no en su trabajo ni en sus decisiones. De ese modo la crítica se dirige tanto a lo que ha hecho por lo que ha sucedido, como en lo que puede pasar. No es un ataque a lo ocurrido, sino una advertencia a lo que puede volver a pasar y un anticipo de que llegarán nuevos insultos, actuando como una forma de intimidación para facilitar esa “salida y regreso a sus espacios” del primer mensaje.Por esa razón, el insulto construido en el sexo o en la sexualidad no es tan eficaz con los hombres, porque los hombres pueden utilizar el sexo y lo que conlleva, y porque la intimidación hacia los hombres con el sexo no genera advertencia. La única posibilidad de utilizar esta estrategia es desposeerlos de su condición masculina para atacarlos por su “poca hombría”, como ocurrió con el ministro Grande Marlaska cuando unos estudiantes lo llamaron “maricón” en la Universidad de Navarra.La situación es tan terrible y tan gráfica que cuando se cuestionan a los hombres que lanzan los insultos contra las mujeres y se les llama machistas, rápidamente reaccionan presentándose como víctimas y exigiendo que se rectifique. Es lo que explicó muy bien Isabel Valdés en El País Fem ―la newsletter de feminismo del periódico― del pasado 25 de marzo, sobre los insultos que lanzó Rafael Hernando, diputado del PP, contra Irene Montero, que rápidamente se movieron hilos para que se retiraran las críticas contra él por los insultos que había vertido, sin que él rectificara ni nadie pidiera que retirara los insultos. La asimetría es evidente: ni los insultos que se utilizan contra las mujeres son válidos para los hombres, ni se permite criticar a los hombres que insultan a las mujeres.Nada es casualidad, todo obedece a la estrategia que busca recuperar el espacio político y el escenario público para los hombres y lo masculino, y eso exige dejar a las mujeres independientes fuera, e imponerle a las que estén que se comporten como hombres para ser validadas, de lo contrario serán sustituidas por otras que acepten esa condición, pues la valoración de las mujeres se hace por su presencia, por si superan el 40% o no, no tanto por lo que puedan aportar, de ahí lo fácil que resulta sustituirlas.Y no nos confundamos ni caigamos en la trampa de aceptar que no se puede hacer gran cosa porque quienes insultan mayoritariamente lo hacen en las redes sociales y con perfiles anónimos. No es esa la clave, ese es un tema esencial que debe resolverse para evitar que el anonimato de los “valientes” que se ocultan y no dan la cara se traduzca en impunidad, pero la estrategia de atacar a las mujeres y al feminismo no se centra en “nombres y apellidos”, sino en “hombres y adjetivos”, es decir, en el insulto que los hombres lanzan contra las mujeres usando calificativos de todo tipo. Y esas personas están todas identificadas: son hombres.El nombre y los apellidos son necesarios para exigir responsabilidad a quienes usan la violencia verbal e incitan a cualquier otro tipo de violencia, pero lo importante de esta estrategia son los “hombres y los adjetivos”, puesto que no se trata de acciones individuales repetidas por un número mayor o menor de personas, sino de una respuesta grupal en defensa de los valores androcéntricos que definen la sociedad y la cultura. No es nada nuevo, siempre lo han hecho con otro tipo de iniciativas, ahora solo se trata de recuperarlas para poder seguir diciendo lo de “estas no son horas para una mujer” o “estos no son sitios para una mujer”. Ellos establecen los límites y si las mujeres los sobrepasan deben asumir las consecuencias de su decisión. Es la “asimetría” de una vida definida por la desigualdad.
La asimetría del insulto | Sociedad
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