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La columna de Montero: La mayoría de los escritores | EL PAÍS Semanal

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Cuando empecé a publicar ficción, hace 46 años, salíamos de una dictadura que consideraba a los novelistas unos tipos marginales, muertos de hambre y mugrientos. Las cosas empezaron a cambiar enseguida, los lectores españoles se encontraron con sus escritores, llegaron unos años de bonanza. También cambió el modo en que los libros se vendían. Tuvimos que ponernos a hacer tremendas promociones, y ahí seguimos. Las siguientes generaciones, al ver a los literatos en las teles y las radios, creyeron y creen que esto de ser novelista es todo glamour y frenesí. Que nadamos en la fama y el dinero. Nada más erróneo. La inmensa mayoría de los autores son en realidad unos tipos marginales y muertos de hambre, sobre todo de hambre de publicación. Eso sí, al menos son menos mugrientos, porque las condiciones higiénicas del país han mejorado.El miércoles que viene, Día del Libro, se hablará de literatura y algunos autores saldrán en los medios. De nuevo esa falsa imagen de facilidad y de éxito. Ayer charlé con un amigo, un autor veterano con varias novelas maravillosas que lleva 15 años sin conseguir editor (ahora ya ni lo busca, ha dejado de escribir de pura angustia). Si no vendes lo que el mercado considera suficiente, el sistema te escupe. Y, si tu editorial no te apoya, no hay forma de vender.Tengo otra amiga, X, cuya historia es brutal y representativa de este oficio. Hace tiempo autopublicó tres novelas en Amazon que permanecieron dos años entre las 10 más vendidas, lo que hizo que las editoriales comerciales las buscaran. Vendió las novelas a un sello conocido, pero despidieron al editor que la había contratado y se ve que al nuevo editor no le importaban nada. Salieron sin apoyo, no se vendieron lo bastante y al final se las devolvieron. Cogió entonces X una agente, que le propuso hacer una novela dificilísima, mitad histórica y mitad de espías, en la Rusia del siglo XIX, para publicarla con seudónimo. Como sus propios proyectos no parecían interesar, X hizo caso y la escribió, como una galeota, durante un par de años. Pero al final las editoriales no aceptaron el seudónimo y, al conocer su nombre, la rechazaron. “Tengo un e-mail de una editora de un gran sello diciendo que le gusta mucho mi libro, pero que como mis anteriores novelas se habían vendido poco no se arriesgaban”. La agente rescindió el contrato y X continuó intentándolo. Una nueva editora, importante y amable, se enamoró de una idea de mi amiga, una historia del siglo XI con protagonistas femeninas. Le pidió que escribiera los primeros capítulos y X entregó media novela, pero para entonces ya habían vuelto a quitar a la editora amable de su puesto y había entrado una nueva, que insistió en que X terminara la obra entera. O sea, 600 páginas. Sin adelanto, sin contrato. Y es que, con tal de poder escribir, una acepta condiciones ignominiosas. X tenía unas oposiciones; con la novela no las pudo preparar bien y suspendió. Y al final le rechazaron el libro, pese a tener un magnífico informe de lectura.En fin, aún hubo después una segunda agente y otro encargo demencial más, hasta que X, hastiada, rompió con todos y regresó a su escritura personal. Ha terminado una novela que, por supuesto, carece de editor. “Ya casi no creo en mí”. Siente X que los agentes y los editores la culpan por no vender libros: “¡Pero si nadie los ha defendido! ¿Cómo venderlos si no estaban en las librerías?”. Tiene formidables informes de lectura, pocas pero muy buenas críticas en la prensa. Y la misma desesperación que la madre de un niño que ella sabe superdotado, pero de quien se burlan en el colegio. “Lo que más me fastidia es que no consigo dejar de escribir, y eso que lo he intentado muchas veces. Pero sí, debería rendirme: me doy vergüenza”. Exacto, la vergüenza, ese sentimiento constante de rechazo y desprecio que tantísimos autores experimentan. De hecho, la estupenda escritora Ángela Vallvey quería hacer un libro colectivo sobre las humillaciones que sufren los novelistas. Que no te publiquen. Que te publiquen y tu propia editorial no te haga ni caso. Que te saquen críticas horrendas. Que no te saquen ninguna crítica. O que te pidan una novela de 600 páginas y luego te dejen tirada. “Para algunos agentes y editores somos apuestas de bonoloto. Compran un boleto a un euro, y si no ganan compran otro”. En los festejos en torno al Día del Libro de la próxima semana, acuérdate de que a la mayoría de los escritores los maltratan.


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