
Zohran Mamdani acaba de alcanzar la alcaldía de Nueva York con una poderosa idea fuerza: facilitar el acceso a una vivienda asequible, una quimera hoy. Su gran promesa es congelar los alquileres de renta controlada en una ciudad en la que los alquileres de 2.000 dólares (1.800 euros) son cosa del pasado desde hace años ―hoy rondan los 3.000, de media― y en la que el alto coste de vida golpea incluso las familias con sueldos que prácticamente en cualquier otro rincón de Occidente harían los ojos chiribitas.Menos de una semana antes del triunfo de la izquierda en la cuna del capitalismo, una formación política progresista, pero de corte mucho más templado, D66, se imponía en Países Bajos con la misma promesa: aliviar el embudo de la vivienda. “Todos los cerdos de este país tienen un techo sobre su cabeza, pero un estudiante o un joven ni siquiera puede encontrar un armario escobero asequible”, decía gráficamente, en campaña, el futurible primer ministro neerlandés, Rob Jetten. Todo apunta a que Geert Wilders y su incendiario discurso xenófobo quedarán fuera del Gobierno: la crisis de habitabilidad, en fin, importa más a los electores que la inmigración.La bandera de la vivienda también acaba de enarbolar la recién elegida presidenta irlandesa, Catherine Connolly. Con un éxito incluso más rotundo: un 63% de apoyo, más de medio millón de votos de ventaja sobre su más inmediato perseguidor y unas tasas de voto particularmente altas en las cohortes más jóvenes, hastiadas por unos salarios que no alcanzan ―sobre todo en Dublín― y a las que la ya jefa de Estado no ha dejado de hacer guiños.“La vivienda es el asunto político y social más potente hoy, tanto en Europa como en todo Occidente”, subraya a EL PAÍS el relator especial de la ONU sobre el Derecho a una vivienda digna, Balakrishnan Rajagopal. “Es una crisis extrema de asequibilidad, en especial para la población trabajadora, que percibe una desigualdad extrema de riqueza y de clase: las clases más acomodadas parecen no verse afectadas y, a la vez, sus propios gobiernos no logran abordarla para ayudar a quienes lo necesitan”.“Estamos hablando de una amplia crisis del coste de vida, en la cual la vivienda podría ser la parte más importante”, enmarca Ben Ansell, profesor de Instituciones Democráticas Comparadas de la Universidad de Oxford (Reino Unido). Resultado: “Millones de personas son incapaces de permitirse el nivel de vida que sus padres tenían a su edad, pese a que ellos quizá ganasen mucho menos”.Las cifras están ahí. Desde 2010, el precio medio de venta de las casas se ha disparado un 55% en la UE y los alquileres han aumentado un 27%. En Alemania, casi uno de cada tres inquilinos teme no poder pagar la renta de su apartamento. Hay más, también en el plano de las percepciones, tan importantes o más como la realidad en la formación de las opiniones políticas. La escasez de vivienda asequible es la principal preocupación para los europeos que viven en ciudades: el 51% lo considera un problema inmediato y urgente, según la última edición del Eurobarómetro. Son casi 20 puntos más que quienes sitúan el empleo en primer lugar de su escala de preocupaciones, o incluso de quienes se quejan de la calidad de los servicios públicos. Con un grupo de población particularmente afectado: los jóvenes, sobre todo en el sur, donde los sueldos son más bajos.Hasta ahora, la carestía inmobiliaria había dado alas ―y muchos réditos― al populismo de extrema derecha, que dibuja una línea directa entre la falta de vivienda accesible y la inmigración. En Francia, donde Marine Le Pen domina en los sondeos. En Alemania, donde AfD amenaza con superar a los partidos tradicionales. En Italia, donde Giorgia Meloni arrasó y los problemas de acceso a un techo siguen ahí, sin grandes visos de solución en el horizonte. O en España, donde Vox también hace bandera de este asunto con propuestas como desregular, bajar impuestos y dar prioridad a los nacionales sobre los extranjeros.Discurso socialA tenor de las últimas citas con las urnas, sin embargo, algo parece estar cambiando. Mamdani se ha hecho con la alcaldía de la ciudad más poblada de Estados Unidos (y la tercera de Occidente, tras São Paulo y Ciudad de México) con un discurso inequívocamente social, en vivienda y más allá: autobuses públicos gratuitos para todos y guarderías sin coste hasta los cinco años.“La extrema derecha ha sabido convertir la frustración por la crisis de vivienda en una ventaja electoral. Ahora, sin embargo, algunos partidos progresistas ―como D66― y de izquierda están empezando a abordar estos desafíos de manera más directa y a centrarse más en cuestiones básicas que afectan a la vida cotidiana”, esboza Jacob Nyrup, profesor de la Universidad de Oslo especializado en temas de desigualdad.Ansell vislumbra, en la misma línea, “oportunidades” para que los partidos progresistas y la izquierda clásica ganen apoyo en torno a la cuestión de los altos precios del alquiler. “El problema es que esto solo parece funcionar para un subconjunto de jóvenes en o cerca de las grandes ciudades: el Sinn Féin en Dublín o Mamdani en Nueva York. Además, muchos de estos jóvenes también aspiran a ser propietarios y, cuando lo logran, sus actitudes suelen cambiar para querer proteger los precios de la vivienda. Así que es una coalición difícil de mantener unida”.La ultraderecha lo vincula a la inmigración“Las últimas campañas electorales muestran claramente que la gente en muchos países y ciudades occidentales está despertando frente a la propaganda falsa de los partidos de extrema derecha”, refrenda Rajagopal. También frente a los “escenarios apocalípticos” que dibuja en torno al fenómeno migratorio, pese a que las cifras de llegadas no difieren mucho de la media histórica. Vincular la carestía de la vivienda con la llegada de personas desde el exterior, alerta el relator de Naciones Unidas, “es algo muy peligroso, que solo puede dañar a estas sociedades sin resolver el desafío real: la crisis de acceso a la vivienda, que es consecuencia de políticas neoliberales equivocadas aplicadas durante las últimas tres décadas (o más), y el aumento de la desigualdad social”. Ansell, que ha estudiado en detalle el caso británico, tampoco ha encontrado evidencia que respalde ese supuesto vínculo entre inmigración y precios altos de la vivienda.“Los movimientos internos [hacia las grandes urbes, sobre todo] y la creciente preferencia por vivir en el centro de las ciudades son mucho más importantes”, sostiene Martin Vinaes Larsen, politólogo de la Universidad de Aarhus (Dinamarca). “A medida que las ciudades se vuelven menos asequibles, una mayor proporción de personas se siente excluida. Y en los países con uno o dos centros económicos dominantes, quedar fuera supone una desventaja real que afecta cada vez más a la clase media”. ¿Solución? “Aumentar la oferta [de vivienda]”. Construir más.El laboratorio de Países BajosEl caso de Países Bajos merece especial atención: Wilders se impuso en 2023 con una campaña que conectaba directamente vivienda y migración, y dos años después los votantes le han dado la espalda. “Estamos ante los inicios de una nueva forma de hacer política, un nuevo reconocimiento de la realidad sobre la asequibilidad de la vivienda y otros derechos, como cuestión central para una nueva reconfiguración política basada en los derechos humanos”, augura el relator de la ONU. Algo que, dice, también “estamos viendo en Nueva York”.Que la de Jetten haya sido la primera fuerza moderada y europeísta en derrotar a la ultraderecha con las políticas de vivienda en el centro de su programa político no es ni mucho menos casual. Además de ser una de las naciones más baqueteadas por los precios disparados de las casas, Países Bajos es, junto con Austria, uno de los principales laboratorios europeos para políticas de vivienda. Si Viena destaca por su vasto parque de pisos públicos, la mayor urbe neerlandesa, Ámsterdam, ha llegado incluso a prohibir la compra de pisos con fines especulativos.“D66 ha sabido identificar correctamente el coste de la vivienda como uno de los temas definitorios [de la contienda electoral]como ocurre en otros muchos países europeos”, aquilata por correo electrónico Jeremy Cliffe, del centro de estudios ECFR. Valora, sobre todo, su propuesta de levantar una decena de nuevas ciudades en las que construir vivienda suficiente para dar cabida a su población. La mayor de ellas, IJstad, a medio camino entre Ámsterdam y la provincia de Flevolanda (centro-norte), planea albergar hasta 60.000 viviendas que ―de ver finalmente la luz― darán techo a 126.000 personas. De salir adelante, estará conectada por tren con los principales centros neurálgicos y económicos del país.
La vivienda decanta el voto en Occidente | Internacional
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