Como dos amigos que quedan para charlar una tarde de domingo y la conversación los va llevando por lugares y recuerdos inesperados. Así define la violinista ibicenca Lina Tur Bonet la gestación de su último disco a dúo con el tiorbista Jadran Duncumb y que lleva por título L’entropia (Glossa) en referencia a la espontaneidad, la creatividad y la improvisación con que abordan un surtido de piezas de diferentes escuelas y tradiciones estilísticas del barroco europeo. “En estos tiempos en los que todo está ordenado en cajones con su etiqueta correspondiente, nos apetecía reivindicar la búsqueda, la experimentación y la fragilidad de la duda”, cuenta la intérprete.El resultado es una asombrosa y muy sugerente danza de sonidos en la que el caos prende la chispa de la expresividad. “Frente a la filosofía de la perfección y la belleza instagrameable, la música del siglo XVII nos reconcilia con lo inadvertido, el riesgo y el error como necesidad, que decía Luigi Nono, a través de un diálogo sin palabras”. Para ello, la violinista ofrece en este registro un auténtico recital de lo que se conoce como stylus phantasticus, esto es, un método de composición libre y desenfadado surgido en el barroco temprano sin otro propósito que el de explorar las emociones por medio de la imaginación y el virtuosismo.Más información“Es el momento en el que el instrumento se emancipa de su labor de acompañamiento y adquiere entidad propia”, explica la artista balear. “Por primera vez en la historia los compositores hacen hablar al violín con una voz humana”. Tanto es así que en las notas de L’entropia se recoge el texto de Printemps de Jean-Baptiste Drouart de Bousset, un aire sérieux concebido originalmente para soprano, pero cuyo bucólico lamento (“¿Por qué, dulce ruiseñor, en esta morada sombría me despiertas antes de la aurora?”) Lina Tur canta con un juego de texturas, sutiles ornamentaciones y un fraseo casi respirado que extrae del timbre cálido de su violín Nicolò Amati, fabricado en Bolonia hacia 1740.No por casualidad este viaje a los orígenes del stylus phantasticus arranca con la Imitazione delle Campane de Johann Paul von Westhoff, en la que el instrumento ha de emular el característico tañido metálico con repeticiones rítmicas y dobles cuerdas. “Mi apartamento de Weimar queda a tres manzanas de la casa de Westhoff, y que luego sería la de Bach”, revela la profesora y catedrática del Musikhochschule de la ciudad alemana. Desde allí, el recorrido continúa con la luminosa Sonata Seconda de Giovanni Battista Fontana, la dulce y casi infantil Romanesca de Biagio Marini y la extravagante Vinciolina de Giovanni Antonio Pandolfi Mealli.En el apartado de rarezas, nos encontramos con la Sarabande de Giuseppe Colombi, en la que el maestro de capilla de la corte de Módena utiliza la scordatura para crear resonancias armónicas que rompen con la solemnidad típica del género. De la conmovedora Sonata en mi menor del checo Samuel Capricornus solo se conoce otra grabación hasta la fecha. Tampoco ha dejado apenas rastro en los archivos la Terza del conquense y fraile agustino Bartolomé de Selma y Salaverde, que trabajó en Innsbruck a las órdenes del archiduque Leopoldo V. “De ahí el carácter meditativo de una sonata que en su tramo final adquiere un gesto devocional que suena a Amén”.No es la primera vez que Tur Bonet defiende partituras desconocidas para buena parte del público. Así lo lleva haciendo, en los últimos años, con las Sonatas de Elisabeth Jacquet de la Guerre, los tres conciertos inéditos de su disco Vivaldi Premieres o los 15 misterios de las Sonatas del Rosario de Biber, que grabó con Musica Alchemica, el grupo de instrumentos originales que ella misma fundó en 2008. “A cada visita al estudio le preceden años de investigación musicológica”, reconoce. “Pero el rigor no puede traducirse en una lectura museística y sin alma. Lo verdaderamente auténtico suena siempre a nuevo, a estreno mundial”.Lina Tur Bonent, en el Espacio Torner, de Cuenca.Así se explican las lágrimas de emoción del ingeniero de sonido, Bert van der Wolf, tras la última de las tres jornadas de grabación en el MuziekHaven Zaandam, una antigua iglesia menonita, hoy desacralizada, a las afueras de Ámsterdam. “Jadran y yo nos dejamos llevar por el momento, sin pensar en las consecuencias, como en una jam session atemporal y transgresora”, dice la artista acerca de un disco, el vigésimo de su carrera como solista. “Cuando te entregas a lo desconocido surge la magia, pero no es algo que se pueda planificar. Como en la parábola budista del jabón: si lo aprietas, se te escapa”.Antes de convertirse en todo un referente mundial de la interpretación con criterios historicistas, Lina Tur tuvo que hacer frente a no pocos contratiempos. “Yo iba para bailarina, pero a los 10 años empecé a tocar el violín por recomendación de mi padre”, confiesa. “Hubo algunas caras de sorpresa, pues nací con el dedo corazón de mi mano derecha más corto de lo normal”. Es la primera vez que habla de ello en una entrevista. “Mi primer profesor me hizo un gran favor cuando me dijo, sin el más mínimo tacto, que no podría ganarme la vida con el instrumento. Entonces lo vi claro: les dije a mis padres que quería dedicarme a esto”.Su grito de guerra lo tomó prestado de un póster de Beethoven que colgaba de una de las paredes de su casa, y que rezaba así: “Hacer todo el bien posible, amar la libertad sobre todas las cosas y, aun cuando fuera por un trono, nunca traicionar la verdad”. “Ese ha sido siempre mi lema y, quizá por eso, nunca he hecho lo que se esperaba de mí”. Günter Pichler, su profesor de violín en Viena, adonde se mudó siendo muy joven sin saber una palabra de alemán, le recomendó meter cabeza en alguna gran orquesta. “Elegí ser fiel a mí misma, que es siempre el camino más difícil, y opté por la música antigua y el violín barroco”, celebra.Su talento nunca pasó inadvertido, ya fuera como integrante de la Mahler Chamber Orchestra de Claudio Abbado, en sus apariciones junto a John Eliot Gardiner y Daniel Harding o en su más reciente condición de concertino de Le Concert des Nations de Jordi Savall. Sus tres décadas de arqueología musical, al acecho de partituras sepultadas por el tiempo, culminan ahora con una última reinvención de acuerdo a los principios de la entropía. “No me interesa el estado sólido. La función de un intérprete consiste precisamente en ablandar el barro, en dar forma a las notas. Y en este disco he llevado al límite esta idea hasta volverme, más que líquida, casi gaseosa”.
Lina Tur Bonet, violinista: “Lo verdaderamente auténtico suena siempre a estreno mundial” | Cultura
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