Formula CDMX

Los pueblos de Senegal apuestan su futuro a los niños de los cayucos | España

7 min


0


Arfang Sarr, de 39 años, se levanta temprano para pescar calamares. Es un trabajo duro que apenas le da para mantener a su familia, pero en este recóndito pueblo de Falia rodeado de mar hay poco más. En el aire flota ya la pesadez del calor húmedo, pero eso no impide que su mujer, Rokhia Ndong, siga las huellas marcadas en el camino de arena que lleva hasta el pozo con la pequeña Lala a la espalda. Su esperanza de una vida mejor reside a 1.500 kilómetros de distancia y se llama Ibrahima (nombre ficticio), el hijo de 15 años que hace cuatro meses se subió a un cayuco y que hoy vive en un centro de menores de Gran Canaria. En España, los casi 6.000 menores acogidos en Canarias son el centro de un debate social y político; en los pueblos de Senegal, son el futuro.Fue al abrigo de la noche. La barca estaba ya a reventar de personas procedentes de Malí y Gambia, pero Ibrahima y otros cuatro jóvenes de Falia encontraron su hueco. Este apartado rincón del delta del Sine Saloum, a unas cuatro horas al sur de Dakar, se ha convertido en el último año en el epicentro de la salida de cayucos desde Senegal hacia Canarias. El lugar es propicio: un dédalo de islas rodeadas de manglares donde la vigilancia es escasa y las barcas de pesca forman parte del paisaje. El pasado mes de marzo, el alcalde fue detenido por participar en la organización de estos viajes clandestinos. Pero, a falta de empleo y oportunidades, ni el peso de la ley desalienta a los jóvenes aventureros.Coly Bop aguarda su oportunidad. Tres de sus hermanos están ya en España y con el dinero que envían están levantando el nuevo hogar familiar. Falia entero está en construcción. Aquí y allá, las casas financiadas por los emigrantes destacan por sus azulejos exteriores, por su tamaño, por su esplendor. “Trabajé 15 años en un barco español y pasaba temporadas en Bermeo. Con lo que gané pude empezar a construir”, asegura Youssou Sarr mientras señala una mansión aún desnuda de pintura, pero ya imponente. “Somos 10 adultos y un montón de niños, necesito camarotes para meterlos a todos”, añade con una sonrisa. Justo enfrente vivía Sele, de 17 años. Es uno de los chicos que se fue con Ibrahima.“Somos conscientes del riesgo”, asegura Modou Fadel Sarr, técnico en proyectos de desarrollo, “pero la tentación del viaje es poderosa”. “Los chicos ven toda esa riqueza que procede del otro lado del mar y saben que quedarse no les va a permitir prosperar. Por decirlo con otras palabras que quizás suenen muy duras, estos chicos son como una inversión y toda inversión entraña un riesgo”. En el Senegal más profundo, la narrativa de la emigración no está dominada por el drama de un viaje incierto, como ocurre en España, sino por los logros de los emigrantes, de aquellos que consiguen llegar y establecerse. En España se habla mucho de los peligros y los muertos; en Senegal, por el contrario, son los vivos quienes están muy presentes.Mujeres y niños junto al muro del colegio de Colibantang, en la región senegalesa de Tambacounda, que fue construido con el dinero enviado por los emigrantes.Juan Luis RodHasta Colibantang, en el árido interior de Senegal, no llega el olor del mar, pero sí las historias que esconde. “Mira, mira”, dice Babacar Sy, “este es el colegio nuevo que construyeron los emigrantes”. “Igual que la mezquita y el hospital. Todo lo han pagado ellos”. Su hermana, la pequeña Mariama (nombre ficticio), se fue hace dos años en cayuco cuando apenas tenía 13 años. Sola, entró en contacto con un organizador de viajes de Thiés, se coló en el portabultos de un coche y zarpó desde Mbour. Siete de sus compañeros de viaje murieron antes de llegar a Canarias. Ella lo consiguió agazapada en un agujero al fondo de la barca, el mismo hueco donde protegían de las olas las galletas y el cuscus, su único alimento. Hoy brilla como estudiante en un instituto de Gran Canaria y atesora con celo los 10 euros de asignación semanal para mandarlos a casa.Al caer el sol, la familia de Mariama se reúne en el patio central del hogar para hablar con ella por videollamada. Sus caras se encienden de alegría. Los niños revolotean alrededor porque quieren ver a la que un día se fue para España. Babacar Sy, cabeza de familia desde la muerte de su padre, sueña con el día en que su situación mejore, con poder comprarse un caballo para arar la tierra y tirar del carro que los lleve al campo donde cultivan, con arreglar la cabaña de barro destruida tras la última estación de lluvias. Pero sabe que toca esperar. “Ella no puede cargar con la situación familiar y es aún muy joven. Es nuestra esperanza, pero hay que ser pacientes”, comenta.Un carro tirado por burros circula por el pueblo de Colibantang, en la región senegalesa de Tambacounda, tras ir al mercado en el pueblo de Maka.Juan Luis RodNo todas las familias son tan comprensivas. Muchos menores viven con angustia la presión familiar. “Nunca me voy a olvidar de ellos, pero necesito tiempo para cumplir mis sueños”, asegura la pequeña Mariama. A medida que aumenta el número de emigrantes, esas remesas de dinero son cada vez más importantes: según datos del Gobierno senegalés, cada año entran en el país unos 2.400 millones de euros procedente del exterior, sobre todo Francia, España e Italia, lo que representa el 11% del PIB. En los pueblos del interior, donde el Estado invierte menos, este capital suple muchas carencias y contribuye a reducir la pobreza. Hoy, la generalización del dinero móvil hace que los envíos sean más fluidos y totalmente informales.En Bargny, a menos de una hora de Dakar, el profesor coránico Modou Ndoye comparte casa con otros siete padres de familia. En total, son unas 30 personas. Hermanos, hijos, primos y sobrinos entran y salen todo el tiempo de las distintas habitaciones en un batiburrillo de mujeres que cocinan y alimentan a sus bebés mientras los niños compaginan estudios y trabajo con sus padres desde los ocho años. Hay de todo, pescadores, carpinteros, soldadores y hasta un policía. Desde la playa de detrás de su hogar, donde descansan con placidez más de 200 cayucos, partió un día Mamadou (nombre ficticio), hijo de Modou, con apenas 12 años, siguiendo los pasos de su hermano mayor. Ambos están hoy en Tenerife.“Al principio el chico no quería intentarlo, pero todos sus amigos se fueron”, asegura Pape Ndoye, tío de Mamadou, “uno de esos cayucos estaba listo para zarpar una noche y se subió con lo puesto, un pantalón y una camiseta”. “Era verano y no dijo nada a su familia. Él no tenía miedo, somos una familia de lebous (pescadores tradicionales), el mar es nuestra casa”. En Bargny la inmensa mayoría de las familias tiene un hijo o un hermano en España. “La pesca ya no es lo que era, cada vez es más difícil y la gente sobrevive gracias a los emigrantes. ¿Ves esos adoquines en la calle? Los pusimos gracias a ellos, que se organizaron y mandaron dinero”, añade Ndoye.


Like it? Share with your friends!

0

What's Your Reaction?

hate hate
0
hate
confused confused
0
confused
fail fail
0
fail
fun fun
0
fun
geeky geeky
0
geeky
love love
0
love
lol lol
0
lol
omg omg
0
omg
win win
0
win