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Los vuelos turísticos en Nueva York, entre sospechas por las condiciones de seguridad y las quejas vecinales por ruido | Internacional

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Una desgracia previsible, anunciada. Así calificó un senador por el Estado de Nueva York el accidente del helicóptero turístico que se estrelló el jueves en el río Hudson. Décadas de quejas y reclamaciones vecinales por el incesante sobrevuelo y el ruido a veces ensordecedor de los rotores han cobrado nuevo impulso tras la tragedia que el pasado jueves costó la vida, además de al piloto, a una familia de Barcelona, el matrimonio Escobar-Camprubí y sus tres hijos. El crecimiento sin freno del sector en los últimos años mueve a expertos, legisladores y asociaciones a pedir una regulación más estricta, sobre todo en lo concerniente a la seguridad, porque sucesos como el del jueves corren el riesgo de convertirse en catástrofes.Steven Fulop, alcalde de Jersey City, en la ribera del Hudson donde cayó el aparato, pidió que se ponga fin a los viajes turísticos en helicóptero sobre el río, un recorrido que en apenas 15 minutos permite ver de cerca la Estatua de la Libertad, el perfil de Manhattan y edificios como el One World Trade Center. “Estamos presionando a nivel federal desde hace una década, sin respuesta”, escribió el regidor en X (antes Twitter). “No es el primer accidente y la realidad es que el espacio aéreo está demasiado frecuentado sobre un área densamente poblada para permitir semejante tráfico”.Fulop, y cualquiera que haya recorrido el agradable paseo peatonal de Jersey City, sabe que si el aparato hubiera caído unos metros tierra adentro, la dimensión del siniestro habría sido mayúscula, ya que decenas de edificios residenciales jalonan la margen del río, como sucede en la vertiente neoyorquina. De hecho, la mayor parte de los vídeos que recogen la desintegración de la aeronave y la caída de sus piezas —al menos tres— al agua fueron grabados por vecinos de los bloques, muchos de ellos de lujo, que están en primera línea del Hudson.“Estos helicópteros turísticos no deberían estar permitidos, esperemos que esta terrible tragedia traiga algún cambio para que no vuelva a ocurrir a ninguna otra familia”, remató Fulop. Su homólogo neoyorquino, el controvertido Eric Adams, rechazó que la seguridad estuviera en entredicho y apostó por la rentabilidad del sector para las arcas de la ciudad, unos 50 millones de dólares “en impacto económico anual”. Adams también subrayó que las visitas turísticas aéreas forman parte del “atractivo” de la ciudad tanto como los rascacielos o los musicales de Broadway, y minimizó los riesgos de seguridad implícitos en el abultado volumen de tráfico.Más información“Recuerdo que en 1977, cuando un helicóptero se estrelló contra el edificio de PanAm, hicimos ajustes y modificaciones, siempre se puede hacer en función de las circunstancias”, declaró el viernes Adams. Las circunstancias: un rotor desprendido de un helicóptero de la compañía New York Airways en una pista de aterrizaje situada en la azotea del edificio mató a cinco personas, una de ellas en la calle, a dos manzanas de distancia. El helipuerto fue cerrado tras el suceso. “Pero ha habido 17 accidentes en aproximadamente 40 años, son cifras que hay que tener en cuenta cuando se hacen estos ajustes”, añadió Adams en declaraciones a una televisión local, ponderando la, a su juicio, escasa ratio de accidentes por década.Los vecinos de las dos márgenes del río no le compran el discurso a Adams. Al contrario, hartos del ruido y conscientes de que el incesante tráfico puede tener consecuencias como la del jueves, se han organizado en asociaciones como Stop the Chop, que busca limitar los vuelos para reducir el ruido y la incidencia medioambiental. Para este grupo, presente en Jersey City y en Nueva York, la mayor parte de la actividad de helicópteros en la región se compone de vuelos turísticos, chárter y de cercanías: magnates que desean evitar los atascos o que usan este medio de transporte para trasladarse de la ciudad a sus residencias de las afueras, o al campo de golf. Es decir, vuelos no esenciales que no sólo contaminan de manera adicional sino que empeoran la ya de por sí escasa calidad de vida en la Gran Manzana. En 2016, el número de vuelos de helicópteros turísticos se redujo a la mitad, tras décadas de quejas vecinales por exceso de ruido y contaminación atmosférica, pero el repunte del turismo tras la pandemia ha espoleado de nuevo su actividad.Casi nadie coincide con el mensaje tranquilizador de Adams. Ni la Junta de Seguridad en el Transporte Aéreo (NTSB, en sus siglas inglesas), encargada de la investigación y que este viernes ha abogado por restringir los vuelos no esenciales, es decir, todos aquellos que no sean de la policía o los servicios de emergencia. O el senador por Nueva York Brad Hoylman-Sigal, el que calificó el siniestro de “tragedia previsible”, quien defiende la prohibición total de vuelos no esenciales sobre Manhattan, porque “el accidente de hoy es un sombrío recordatorio de nuestros peores temores sobre los peligros de los vuelos de helicópteros turísticos. Estos helicópteros operan sin una regulación suficiente para proteger a sus pasajeros y a los neoyorquinos en tierra”, dijo el legislador en un comunicado.El helicóptero siniestrado era un Bell 206 L-4, un avión monomotor utilizado durante mucho tiempo para misiones policiales, traslados medicalizados, coberturas informativas desde el aire y turismo aéreo. El 206 lleva décadas en uso; su fabricante, Bell Textron, una empresa de aviación con sede en Texas, lo dejó de fabricar hace menos diez años, pero según Greg Feith, antiguo investigador de la NTSB, que ha pilotado uno, es seguro y fiable si se somete al oportuno mantenimiento.Flores en el muelle junto al que cayó el helicóptero, este viernes en Jersey City (Nueva Jersey).AP/LaPresseVuelo con puertas abiertasSin embargo, la seguridad que ofrecen las compañías que operan los aproximadamente 30.000 viajes turísticos al año desde el helipuerto contiguo a Wall Street deja lugar a la sospecha. New York Helicopter, la empresa tras el siniestro del jueves, lleva décadas surcando los cielos de Nueva York, tanto en recorridos turísticos como en traslados al aeropuerto —en taxi el trayecto supera la hora larga— y viajes de negocios a la carta. Pero la compañía, cuyo desempeño y gestión será uno de los focos de la investigación, había experimentado dificultades previas. En 2013, uno de sus helicópteros perdió repentinamente la potencia en pleno vuelo y el piloto tuvo que maniobrar para aterrizar de forma segura sobre unos pontones en el Hudson, a la altura de Upper West Side.En los últimos ocho años, ha acumulado pleitos por supuestas deudas e incluso una declaración de quiebra. En enero, una empresa la demandó por más de 1,4 millones de dólares alegando que no se le había pagado el alquiler de un aparato (el siniestrado el jueves también era alquilado, a una compañía de Luisiana). En febrero, un prestamista presentó una demanda, alegando el bloqueo del reembolso de un préstamo y una deuda de más de 83.000 dólares. La compañía no ha respondido a ninguna de las dos demandas, mientras la idoneidad de sus pilotos ha quedado también en entredicho. El piloto fallecido el jueves era un veterano de los Navy Seals de 36 años cuyo sueño era volar, según contó su esposa al portal Gothamist. Sean Johnson había ido saltando de empleo en empleo antes de trasladarse recientemente a Nueva York, un lugar muy apreciado por los pilotos novatos porque, por la cantidad de vuelos diarios, les permite ganar muchas horas de entrenamiento. Según la NTSB, que centra también su investigación en su cometido, Johnson tenía a finales de marzo una experiencia de 788 horas de vuelo (reportó 450 en su última revisión médica, en septiembre) y una licencia comercial de pilotaje.El espacio aéreo que rodea Manhattan es concurrido, complicado y en ocasiones mortal. Más de tres docenas de personas han perecido en accidentes de helicóptero en la Gran Manzana en el último medio siglo; el del jueves fue el tercero mortal del sector turístico en las dos últimas décadas. Hace unas semanas, un acuerdo de 90 millones de dólares puso fin a una demanda por homicidio culposo presentada por los familiares de uno de los cinco pasajeros que se ahogaron en un accidente de un helicóptero turístico en 2018. El servicio ofrecía como aliciente un vuelo con las puertas abiertas para hacer mejores fotos.


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