Una legión de dedos, ganchosos, nerviosos, recorren la arcilla y las ceras todavía frescas, estrujan pómulos, bocas y mentones hasta deformarlos. Rostros bifrontes presentan un tono macilento; de un lado parecen íncubos, del otro ya han regresado de la fealdad y no exhiben tormento. Un poco más alejada, sobre una peana, la cabeza y quizás parte del torso de una geisha se desparrama fundida en una masa de carne petrificada, pero sigue siendo un busto. El escultor ama demasiado a esa mujer, no quiere cambiarla, la posee hasta la desesperación.Son algunas imágenes de la nueva exposición de Thomas Schütte en la Punta della Dogana, una de las dos sedes de la Colección Pinault en Venecia. A ras de suelo, una odalisca tiene unos miembros que parecen caballos desbocados, pero aun así relumbra de una cierta belleza, inefable. Hay más esculturas, vaciadas, lisas, bulbosas, de una simplificación etrusca, de un abigarramiento chino, que precisan de la misma intensa observación para ser comprendidas. Sumadas desde todos los ángulos, se podría encontrar la perspectiva que mejor resume el modelo y el ideal original. Son bustos clásicos, por su seducción y su atención profunda; expresionistas, en cambio, por su aversión.Otras figuras adoptan escalas variadas: gigantes o muñecos, varados hasta los tobillos, transformados en fuentes o incrustados en bajorrelieves y grabados, representan el teatro de un mundo demasiado reconocible. Disociados de sus cuerpos, ajenos a cualquier regla anatómica, son de suculencia miguelangelesca, si no escuálidos, sin sangre ni nombre. En su inacabamiento, su aspecto es temible, encogidos bajo sus mantas con sus calaveras de cobradores de almas domesticadas y un trípode a modo de piernas.Los comisarios de la muestra, Camille Morineau y Jean-Marie Gallais, firman una ordenada retrospectiva temática con piezas que pertenecen a la colecciones del magnate francés François Pinault y del propio artista, alrededor de 150 obras que transitan sus peculiares motivos y técnicas, desde la más íntimas acuarelas a grabados, bronces, cristal de Murano, aluminios, maquetas arquitectónicas y los monumentales bronces, que no parecen haber sido pensados para el espacio público (sí en jardines) y a los que Schütte vuelve una y otra vez, lo que indica que ha sabido asumir la responsabilidad de su obra desde sus comienzos en los setenta (incluso podría proponerse no hacer nada nuevo), siendo alumno de Gerhard Richter en la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf, ciudad en la que todavía vive.El rechazo de todo atildamiento es el sello propio de este entusiasta ferviente de la forma, quien sin embargo huye del estilo como de su sombra. No lo consigue. Pero siempre ha sido así. Para poder avanzar, el arte tiene que volver a la infancia. Todas las figuras de Schütte tienen una apariencia de patrones casi manierista. Pensemos en las formas intachablemente vivas que le han influenciado: Bernini, Daumier, Messerschmidt, Kokoschka, Rodin, Moore, con esa nomenclatura de bocas abiertas, narices de púgil, manos que son pies y medusas que engendran pelo. Hay algo conmovedor en lo inmundo. Pero estamos en Venecia, y en el horizonte un campanario saluda las horas con una inclinación prodigiosa. ¡Esa extraña vida de las cosas! Tiempo de desorientarse.’Hors-sol’ (2025), instalación de Tatiana Trouvé en el Palazzo Grassi de Venecia.Marco Cappelletti Studio © Palazzo Grassi, Pinault Collection Si Thomas Schütte vive y trabaja en su cabeza —una voluntad actuando sobre la imaginación—, la escultora francoitaliana Tatiana Trouvé es una autora asombrada en su estudio-laboratorio de Montreuil, en las afueras de París, donde cultiva la rareza ingenua de las cosas. Su rutina consiste en acumular material encontrado o adquirido en mercadillos, que convierte en un vocabulario de objetos —espejos, cartas de navegación, libros (en su mayoría de autoras feministas, colocados en estantes o sillas que ocupan los guardianes de sala), mantas, cristales, colchones, collares, zapatos, maletas— que después reproduce en réplicas exactas, con mármol, bronce y otros metales, provocando en el espectador fenómenos memorísticos, como la magdalena literaria.Su retrospectiva en el Palazzo Grassi abarca los últimos 15 años (con una disposición considerablemente diferente a la presentada en el Centro Pompidou, en 2022) y a su lograda sintaxis han contribuido los comisarios, Caroline Bourgeois y James Lingwood, que ponen en valor su honestidad como escultora, también como dibujante, muy admirable, por cierto.En contra del tono desasosegante de algunas piezas, la artista promete todo el optimismo social. Ocurre desde el inicio de la visita, el atrio de estilo neoclásico, donde el público es invitado a caminar por un suelo asfáltico donde hay incrustados elementos metálicos, chapas y sumideros de alcantarillas, identificados con el nombre de algunas ciudades donde la artista vivió. Observada tres pisos más arriba, la instalación (un aleph de todos los ríos y mares del mundo) se percibe como una refulgente bóveda celeste, dependiendo de si le toca o no la luz natural.Las obras de Schütte representan el teatro de un mundo reconocible. Las de Trouvé cultivan la rareza ingenua de las cosas”En la muestra se ha incluido oportunamente un vídeo rodado en la Academia Francesa de Roma (Villa Médicis) donde la artista explica, junto a la maqueta de una exposición, la genealogía de su trabajo, con los ejemplos de pequeñas reproducciones escultóricas de autoras a las que admira: las inmensas Beverly Buchanam y Heidi Bucher, Martha Rosler, Lina Bo Bardi o Maria Martins.Unas salas más arriba, las series de dibujos sobre papel coloreado describen interiores domésticos abandonados con piezas de mobiliario enmarañadas entre cables y otros detritos. En otras vistas la naturaleza decae sobre un fondo brumoso, parecen esas pinturas chinas de agua y montaña, pobladas con todo tipo de enseres que han perdido su anterior vida práctica. Trouvé goza de su apellido: encuentra una y otra vez, señala, repinta y recompone estos dibujos con un trazo rectilíneo de cobre, una manera de mantener la ambigüedad entre representación y abstracción, el mismo proceso que emplea en sus environements y habitaciones a las que es imposible acceder. Ese mundo a través del espejo.Y aunque la figura humana nunca está representada, la artista deja pistas, señales de caminos que indican que alguien estuvo ahí. Su propuesta es que hay que extraviarse, una vía para tejer relaciones y compromisos en tiempos y espacios imponderables.‘Genealogies’. Thomas Schütte. Punta della Dogana. Venecia. Hasta el 23 de noviembre.‘The Strange Life of Things’. Tatiana Trouvé. Palazzo Grassi. Venecia. Hasta el 4 de enero de 2026.
Materia y memoria: dos formas de esculpir el mundo se enfrentan en Venecia | Babelia
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