
En un aula de un examen del grado de informática de la Universidad de Salamanca el profesor Javier Blanco se paseaba por los pasillos con unos auriculares. “Me mosqueaba un poco”, pensaba el alumno Víctor Funcia mientras lo miraba, “ese señor aquí escuchando la radio mientras nosotros hacemos el examen”. Pero Blanco no escuchaba ninguna emisora. Estaba intentando captar una señal muy concreta de radio. Y de repente ocurrió: “Me pegó un pico de adrenalina”, recuerda Blanco. Alguien estaba dictando las respuestas del examen por teléfono y un estudiante en el aula las estaba escuchando con un auricular. Blanco conectó la señal a un altavoz y toda la clase escuchó las respuestas. Ningún presunto culpable se inmutó. El auricular no se podía ver a simple vista: era un nanopinganillo como la cabeza de un clavo que cabe dentro de la oreja, junto al tímpano. Es tan pequeño que para sacarlo requiere un imán. No había una persona con esos pinganillos, sino tres, que solo aparecieron más tarde. Aunque la escena ocurrió este verano, este tipo de pinganillos funcionan desde antes de la pandemia. En 2019, unos profesores de la Universidad Politécnica de Valencia escribieron un artículo científico para explicar cómo crear un detector: “Me alegra que mi trabajo haya tenido utilidad”, dice ahora uno de esos profesores, Ismael Ripoll. “El detector de copiones lo usamos durante un tiempo. Teníamos nuestras sospechas. Puede que nuestros estudiantes no copiaran o utilizaran métodos más rudimentarios. Al final no pillamos a nadie”. Blanco usó sus instrucciones para crear su detector. EL PAÍS publicó en 2024 el caso de un profesor de un instituto de Madrid que también había hecho uno en la misma época. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental entre los casos de 2019 y estos más recientes: la inteligencia artificial. Ahora fuera del aula no hace falta que haya ningún experto que sepa las respuestas. Puede haber un familiar o amigo que recibe la foto del examen que le manda el estudiante, la sube a ChatGPT y lee sus respuestas por teléfono. Hay docenas de vídeos en redes con millones de visualizaciones que explican el funcionamiento de este pinganillo, que puede comprarse fácilmente en internet: “La pila del pinganillo no lo sé lo que dura, para no arriesgar recomiendo poner pila nueva si vas a estar un par de horas de exámenes”, dice una reseña del Pingaoculto en Amazon, que cuesta 42,99 euros. Hay dispositivos con micrófono y la mayoría necesita un repetidor que debe ponerse en el cuello, en un anillo o dentro del boli. Hay mucha variedad e incluso pueden alquilarse, según un profesor.No es el único reto para los exámenes de las universidades españolas. “Es un problemón que tenemos”, dice José Juan López, vicerrector de estudiantes de la Universidad Miguel Hernández (Elche). “Y no podemos hacer nada, porque la tecnología es muy difícil de detectar y legislar. Y hablo de exámenes, en trabajos ya ni te cuento”, añade.Es un problema que tiene varias capas: uno, el avance imparable de la tecnología. El pinganillo ya existe, pero están llegando gafas, relojes y bolígrafos donde cada vez dispositivos más discretos tienen mayor capacidad para resolver preguntas y problemas. Los móviles ya están prohibidos, pero en aulas grandes pueden colarse o incluso en centros donde pueden confiscar uno durante el examen, hay quien puede llevar un segundo dispositivo. La IA puede resolver preguntas de test sin siquiera haber estudiado nada. Antes, al menos, preparar el material para copiar requería dedicar un rato a saber qué entraba. “Es cada vez más habitual que muchos busquen la solución rápida”, dice Laura, encargada de lenguas en la Academia San Roque de Tenerife. “Ahora no quieren hacer ni el más mínimo esfuerzo. Ser vago es más común últimamente. Les cuesta hasta entender el ChatGPT, le piden que les haga un resumen del resumen”, añade.Dos, copiar puede volverse tan fácil que ya no solo ayude a aprobar un examen difícil, sino que permita sacarse grados enteros. Hay ahí un problema que afecta sobre todo a los compañeros, donde la competición por una beca o tener mejor nota para acceder a unos estudios puede verse afectada. En el ejemplo de la Universidad de Salamanca, la asignatura donde les pillaron “no es de las más difíciles de la carrera”, dice Funcia, alumno de la Universidad. “Da que pensar por qué copian si lo hacen en asignaturas que se pueden sacar fácilmente leyendo el temario. No sé si aumentando el castigo la gente dejaría de copiar. El sistema de las notas indirectamente incentiva esta competitividad, es una clasificación individualista”.Las sanciones pequeñasMientras llegan cambios más grandes al sistema de evaluación, los profesores se topan con el tercer gran problema de la irrupción de la IA en el mundo de los exámenes: las sanciones. El sistema de castigo para una chuleta o un chivatazo quizá sea inservible para este tipo de sofisticación. Según la ley actual, cambiada en 2023 y que sirve para todas las universidades, copiar en un examen es una falta grave. Eso permite como mucho suspender al culpable dos convocatorias de ese año y expulsarle de la universidad 30 días, aunque si hay un examen en esos días puede presentarse. “La penalización es nula”, dice Rodrigo Santamaría, de la Universidad de Salamanca. “Estamos vendidos, si un estudiante quiere copiar va a copiar igual”.Este tipo de régimen se encuentra con la dificultad de detectar, informar y demostrar estos percances. “Hablas con un chaval y le preguntas si tiene un pinganillo y te dicen que no, que lo demuestres”, dice José Ángel Contreras, responsable del servicio de Inspección de la Universidad de Burgos.En varias conversaciones de este periódico con otras universidades, la sensación es que ocurre más de lo que parece, pero no hay ninguna certeza. Es todo muy nuevo. Tampoco es obviamente solo un problema español: “En mi aula dos chicos han copiado el examen buscando las respuestas con las gafas Meta, cuando hemos avisado a los profesores han pasado de todo”, dijo un alumno de Medicina de la Universidad de Padua a un medio italiano. Solo habría una opción real de solución inmediata, dice López, de la Universidad Miguel Hernández. “Inhibidores de frecuencia. Pero ahora mismo son ilegales, solamente la policía puede usarlos. Recuerdo que en su día se lo comenté al ministro una comida que tuvimos y ni se mojó”.Si tienes más información sobre este caso, u otros parecidos, puedes escribir a jordipc@elpais.es
“No podemos hacer nada”: la IA permite copiar en exámenes de universidad con una facilidad nunca vista | Tecnología
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