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Wavegarden: Olas a la carta para surfear de Australia a Madrid | Negocios

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La economía es la gestión razonable de los bienes escasos. Y pocas cosas escasean tanto como una buena ola. Para dar respuesta a esta carestía, y ante la constatación de que en la Concha, la playa del San Sebastián de su infancia, había colas, Josema Odriozola (La Laguna, 54 años) comenzó a fraguar la idea de Wavegarden (jardín de olas, en inglés), la empresa vasca que lidera el mercado mundial de piscinas de olas artificiales y que facturó el año pasado 35 millones de euros. Tienen nueve parques operativos en cuatro continentes, y entre sus próximos proyectos está una piscina de olas junto al estadio del Atlético de Madrid.Odriozola estudió ingeniería industrial y, tras un breve paso por Estados Unidos, acabó, “como muchos de los recién licenciados”, en la automoción. El embrión de lo que es ahora Wavegarden surgió cuando su novia —luego mujer y socia—, Karin Frisch, se mudó de su Alemania natal a San Sebastián: los dos montaron, aprovechando la formación de Frisch como graduada en Economía y Deporte, una compañía de instalaciones deportivas, centrada, sobre todo, en un primo lejano del surf: el skate.Tras unos años de andadura, comenzaron la transición de los skateparks a los jardines de olas: “Había un bonito proyecto, que era decir: si de casi todos los deportes hay ya instalaciones deportivas, ¿por qué no puede existir una para el surf?”, cuenta Odriozola en una videollamada. El verbo elegido, existir, no es casual: en 2005, año que comienza la andadura, no había piscinas en las que se creasen olas propiamente dichas. Había que construir de cero toda una tecnología.El proceso fue lento, tanto que pasaron casi 10 años hasta que abrió al público el primer parque de olas con la tecnología de la empresa vasca, el Surf Snowdonia, en Gales: “Estuvimos muchos años trabajando en un montón de prototipos”, subraya el fundador, que recuerda cómo uno de los primeros modelos usaba un tractor como medio de tracción. Una de las claves, repite varias veces a lo largo de la conversación, fue desarrollar el producto en Gipuzkoa, una zona con un amplio ecosistema industrial, especialmente en fabricación de maquinaria. “Nosotros en realidad somos fabricantes de máquinas especiales, pero en lugar de arrugar o plegar chapa, arrugamos agua”.Centro de olas Wavegarden Cove en The Wave (Bristol, Reino Unido), visto desde el aire. WavegardenSin embargo, una cosa es arrugar agua para que un principiante aprenda a levantarse encima de una tabla, y otra es que un profesional, o uno de los muchos aficionados puristas del surf, elija una piscina antes que el mar. Odriozola insiste en que sus instalaciones tienen la capacidad de satisfacer a todos: no en vano, muchos de los profesionales más conocidos del circuito mundial han probado sus piscinas. Antes, incluso, de que comenzasen su comercialización. “El planteamiento es buscar la similitud con las pistas de esquí. Puedes tener pistas en las que aprendes el primer día a tocar nieve y otras en las que te puedes matar. Pues aquí igual: “Hay olas que pueden dar miedo a profesionales y otras que, si eres capaz de ponerte de pie en la alfombra de tu salón, es que puedes surfearlas”.Las piscinas que desarrollan tienen la forma de un corazón partido en dos. Desde la punta, donde se encuentra el generador, parten olas de izquierdas o derechas, dependiendo del lado en el que uno esté, que se van abriendo hasta llegar a las dos orillas del fondo. Como en un restaurante, los usuarios disponen de un menú, que va desde olas espumeras hasta aquellas concebidas para hacer acrobacias aéreas. Esta idea, la de selección de una variedad de servicios, subyace a lo que son ahora las piscinas que Wavegarden oferta: parques de entretenimiento que cuentan con restauración o áreas de recreo y que buscan, dicen, revalorizar las zonas donde se instalan.Complejo recreativo de Alaïa Bay en Suiza. WAVEGARDEN – ALAIA BAYCartera de pedidosLa empresa provee todos estos extremos, desde la tecnología que genera las olas hasta la arquitectura de las zonas adyacentes, pero no comercializa los parques. Construir todo ello, según sus cálculos, le cuesta a un promotor entre 20 y 35 millones de euros, en función de la zona y de todo lo que quiera incorporar. La compañía comenzó a ser rentable en 2018, con una facturación de casi 13 millones de euros. Y trabajo no le falta para los años próximos: tienen 10 proyectos en construcción, desde California, en EE UU, hasta Perth (Australia), pasando por Baréin.Tras años viajando por todo el mundo en busca de olas —y después de haber probado todas las que él mismo ha conseguido generar— a Odriozola le cuesta concluir cuál es la mejor que ha surfeado. Mientras piensa en voz alta, salta de Indonesia —cuando no estaba tan masificado— a la Concha, pero le cuesta decidirse. Hasta que llega a una conclusión: “Más que olas, son sesiones: cuando se alinean los astros y encuentras esa ola buena, y estás casi solo. Esto puede ocurrir un día en Galicia, otro en Portugal”. Y, aunque no lo añade, en sus piscinas.


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